Shabbat: 1 Adar 3, 5765, 12/2/05
Comentario de la Parashá Terumá
El
Eterno entre nosotros
"Que Me hagan un santuario, y Yo habitaré
dentro de ellos"
(Shemot / Éxodo 25:8)
Varias son las preguntas que suelen surgir de
una lectura más o menos atenta de cada parashá.
En esta ocasión, hay una que suenan y resuenan con su indudable presencia,
aunque resulte ignorada habitualmente, sumidas en la mirada de lo cotidiana,
de lo que es dado por sentado.
¿Por qué fue necesario para los judíos ser acompañados durante su travesía
por el desierto por el Mishkán -Tabernáculo o Templo portátil?
¿Acaso no era suficiente para ellos el estar acompañados, a ojos vistas, por
la Presencia del Eterno?
¿Acaso no era suficiente con presenciar y vivir a diario la columna de
fuego, la columna de nubes, el maná, los sucesivos milagros?
Por otra parte, ¿puede contener un manojo de maderas, cueros y metales
preciosos a la divina Presencia, que nada lo contiene en el universo?
Y una más, ¿por qué la Torá emplea las palabras "Que Me hagan un
santuario, y Yo habitaré dentro de ellos"
(Shemot / Éxodo 25:8), en lugar de las más
lógicas de "Que Me hagan un santuario, y Yo habitaré
dentro de él"?
Probemos alguna respuesta.
Si bien es cierto que se nos puede decir, y podemos estudiar, que la
Presencia del Eterno es constante, y que no hay lugar ajeno a Él, el hecho
es que nuestro intelecto tiene dificultades para concebir algo así.
¿Cómo la mente finita, pre-juiciosa y limitada, puede alcanzar a discernir
lo que el infinito representa, o lo que el "estar sin estar" significa?
Mucha es la oscuridad y lo velado para nuestro pequeño entendimiento1.
Así, nuestra mente temerosa y pacata anda frecuentemente a la búsqueda de
bastones que nos sostengan y den coraje en la opacidad que es el universo
para nosotros.
En muchas ocasiones nos aferramos a bastones perjudiciales, tóxicos; tenemos
fe en ídolos, salvadores y colonizadores. Aceptamos sumisamente los
espejitos de colores de los que nos prometen e idealizan mundos de fantasías
y plenitud. Nos arrodillamos ante falsas deidades, e inescrupulosos
pastores. Nos sometemos ansiosamente a Becerros de Oro, hijos crucificados
de dioses, imperios, generales, bienes, dinero, drogas, parejas, etcéteras
varios que llenan afanosamente nuestros huecos intelectuales y emocionales
cotidianos.
Es este desesperado deseo por cerrar esos huecos algo así como la madre de
la idolatría.
Como podemos inteligir, el misterio
infinitamente más grande, inaprensible para nuestra mente, fue, es y será la
divina esencia.
Y es ese arcano el que mayores complicaciones ha dado a la mente y corazón
del hombre. Misterio que se lo suele querer tapar, una y otra vez con las
aberrantes idolatrías que colmaron nuestra historia, y pueblan los hogares y
corazones de miles, de millones de personas actualmente.
Ante la falta de certeza respecto a la existencia de Dios,
se tapa la falta,
con ídolos,
sean estos materiales o intelectuales2.
El Eterno que nos conoce mejor de lo que
nosotros nos reconocemos,
y sabiendo que los hebreos recién liberados de Mitzraim
estaban aún dominados por las aficiones y pasiones traídas del imperio de la
idolatría,
les dio un elemento material que sirviera a los hebreos como "buen bastón"
en su peregrinar, ya no por el desierto de Sinaí y alrededores, sino por el
oscuro desierto de la falta de certezas espirituales.
Hashem proveyó a nuestros antepasados de un lugar específico y concreto para
Su Presencia. Primeramente el Mishkán, y más tarde en el Templo en
Ierushalaim.
Aquellos antiguos hebreos no debían tener anhelos por bastones, cosa que los
llevaría a corromperse detrás de
bastones tóxicos, pues por un favor celestial, ellos podían sostenerse
en el "buen bastón" dado por el Todopoderoso.
Pero, ¿qué tenemos nosotros ahora, para
sostenernos firmes mientras procuramos andar por el buen camino?
Mishkán ya no tenemos.
Templo ya no tenemos.
La idolatría pulula e infesta cada palmo de esta tierra.
Debemos saber que la Shejiná, la divina
Presencia, no esta reservada para morar en el Mishkán o en el
Mikdash.
Si releemos el versículo no dice que la Shejiná estará morando entre las
paredes de un templo, o de una sinagoga. Releamos... la Shejiná estará "en
medio de los judíos".
Allí donde haya un judío respetando, honrando y amando a otro judío,
allí precisamente se encuentra la Shejiná,
allí descubrimos el haz de luz que nos guía cual faro en medio de la noche
de las creencias.
Allí donde un judío esté en un serio proceso de teshuvá, allí
destella la luz del Eterno que cual mano singular nos dirige hacia Su
regazo.
Allí donde un judío se comprometa con las mitzvot, allí donde la
persona se dedique a atraer el Bien al mundo,
allí está el bastón que nuestra mente y corazón pueden usar para afirmarse y
avanzar.
En la sinagoga, como en el hogar, en la escuela como en el trabajo, en el
recreo como en el dormitorio, en todo sitio es un buen sitio para tener un
íntimo encuentro con nuestro Creador.
El Mishkán y el Mikdash cumplieron sus santas
funciones.
Quizás mañana un tercer Mikdash cumpla nuevamente algunas funciones.
Pero, el "buen bastón" ya no es necesario buscarlo fuera,
sino dentro, bien dentro de cada una de nuestras conductas y actitudes...
porque esta en la santidad de nuestro proceder el mundanal lugar para el
Eterno.
¡Les deseo Shabbat Shalom UMevoraj!
Moré Yehuda Ribco
Notas:
1 Atención, que no debe entenderse en este lugar que
"oscuridad" remite a aspectos negativos del universo, sino a la poca luz,
comprensión que tenemos realmente de los sucesos físicos, y cuanto más, los
metafísicos.
2 El ateo, convencido en su fe, no suele ser menos
idólatra que el creyente en Jesús, Vishnu, Mithra, Apolo o cualquier otra
falsa deidad.
-Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los hallan
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