Hemos escrito en otras ocasiones sobre el tremendo impacto que el trauma del nacimiento representa para la vida de la persona.
Hablamos de la impotencia, de la sensación de terror invasivo, del miedo primordial del cual derivan todos los otros miedos que nos petrifican durante nuestra existencia.
Entre éstos encontramos el miedo al abandono, a la soledad, al desamparo, a la pérdida.
¿Quién no lo ha sentido?
¿Quién está libre de él?
En ocasiones podemos hacernos los distraídos, mentirnos, engañarnos, fantasear con la intención de desprendernos de la realidad: estamos solos, aunque estemos rodeados de gente.
¿Nunca lo sentiste?
¿Nunca pensaste al respecto?
Te aseguro que en más de una ocasión el frío cosquilleo de la soledad, del abandono, del desamparo te ha recorrido; más de una vez has hecho hasta lo improbable para no estar aterrado en soledad.
¿Me equivoco?
Cosas que se han hecho para no sentir el abrazo de la soledad:
- quedarse en una relación matrimonial violenta, infiel, enfermiza,
- soportar el maltrato de un progenitor, tutor, “amigo”, etc.,
- admitir tener relaciones sexuales prematrimoniales con el novio/a cuando no se quería hacerlo,
- sonreír cuando los “amigos” se burlan de ti,
- congregarte con los de tu “secta” –la cual aborreces- con tal de tener un grupo,
- admitir y aplaudir cada disparate de tu pastor, “rabino” mesiánico, gurú de turno, para sentirte amado, tenido en cuenta, cobijado por su “poder”,
- rezar, negociar, pactar con alguna deidad con tal de asegurarte de que ella esté a tu lado,
- salir con una mujer/hombre diferente a cada rato, para no tener que sufrir el fin de alguna relación seria y significativa,
- no divorciarte por miedo a no tener a nadie después,
- querer terminar alguna relación más o menos estable –sentimental, laboral, terapéutica, comercial, amistad, etc.- pero no saber cómo hacerlo,
- pagar por sexo,
- dar obsequios a hijos, nietos, amigos, etc. con la finalidad de tenerlos “cerca”,
- hacer sentir culpa al hijo, nieto, etc. por no estar pendiente de uno,
- recluirte y aislarte, porque inconscientemente supones que es “menos mala” la soledad provocada que la que te sobreviene,
- pasar por constantes abandonos, abandonando y siendo abandonado,
- no comprometerte seriamente, formalmente, con nadie, porque así “mágicamente” no habrá posibilidad de que te dejen,
- amenazar al otro para que no se vaya,
- hacerte la víctima para que le otro se quede contigo por culpa,
- …
Podrías tú regalarnos otros ejemplos que conozcas, que hayas vivido, que te hayan contado, que te surgen a la mente. Gracias.
¿Puedes visualizar lo que quiero compartir contigo?
Quizás es a ti a quien le está ocurriendo, o a alguno de tus allegados, o a alguien que conozcas.
Pero, no mires para fuera, mira en ti.
¿Reconoces que tienes un tremendo miedo a la soledad?
¿Te das cuenta de lo que hiciste y haces para manipular a los demás para no estar solo/a?
Ah, más de uno negará que está en este trance… pero la vocecita de la conciencia está gritando para que la atiendas.
Si meditas y eres sincero, encontrarás que tú también estuviste y probablemente estés enlazado por el miedo a la soledad, al abandono, al desamparo.
Mirar para otro lado, acusarme de estar delirando, auto engañarte, puede dejarte tranquilo por un rato… ¿pero te dará la paz y el bienestar que no tienes?
Es un hecho que la soledad es parte intrínseca de nuestra existencia terrena.
En tanto somos cuerpo, somos separación.
Ni siquiera en los instantes de mayor compenetración física de dos seres humanos (en la gestación y en la relación sexual genital), se acorta la distancia que los separa y aísla.
No es el cuerpo el lugar para dejar de sentir la soledad como dolorosa… aunque los abrazos calmen, las caricias contenten, los besos endulcen el ánimo, el cuerpo del amado a un lado se sienta como el embrujo que quiebra el mal hechizo de la soledad.
Pero es el cuerpo el canal que podemos emplear para que nuestra unidad espiritual se ponga de manifiesto.
Espiritualmente no hay espacio ni distancia, en tanto la acción sea armoniosa entre los seres.
Cuando dos o más personas están en la misma sintonía de acciones, de pensamientos, de sensaciones, están alcanzando la unificación.
Algo así intuyen, o les instruyen, a los pastores, a los traficantes de la fe, a todos los que usan la manipulación en todo su espectro para conseguir someter a los demás a sus malvados deseos.
Por ello es tan común que ordenen cantar al grupo himnos repetidos, una y otra vez la misma frase, el mismo lema. Por eso ordenan levantar al unísono la mano derecha. Ponerse de pie todos juntos. Gritar incoherencias bien alto, todos a la par. Por ello es tan importante para estos pastores que todos concurran a todas las “celebraciones” y reuniones, y hacen hasta lo imposible para tener a todos actuando como marionetas acompasadas al mismo ritmo todo el tiempo.
Es una forma de quebrar voluntades, anular el pensamiento crítico, estimular las sensaciones primitivas, potenciar el EGO, infantilizar, todo esto es cierto. Pero también está el truco de hacer vibrar en una misma frecuencia a la masa de enceguecidos seguidores. Ellos intuyen, o han sido instruidos por sus maestros del mal, que la comunidad, el rebaño de “ovejitas”, tiene que actuar como tal, como rebaño, como una mente, como un cuerpo, como un ser, gobernados por el “pastor”. Eso les da la sensación de unidad, de ser parte de algo más grande, de narcotizar su sentimiento de soledad… que sigue vivo y cada vez más angustioso, pero ellos esconden detrás de los harapos hábilmente confeccionados por el pastor, falso rabino, gurú, cabalistero, jasideo, etc.
Cuando algo o alguien puede quebrar la frecuencia de dominación, rápidamente se ponen en juego otros instrumentos de dominación, para erradicar la fuente de distorsión, para que el sentimiento angustiante de soledad no salga a la luz.
Para los pastores es esencial mantener al rebaño unido, haciendo idioteces una y otra vez, con tal de que sigan pagando el diezmo, dando a sus hijas para su disfrute sexual, compartiendo a sus esposas para lo mismo, etc.
Hasta aquí hemos esbozado el problema de la soledad, del miedo a la soledad.
Hemos apenas rozado cómo hacer frente a esto.
Y hemos visto cómo los sanguinarios traficantes de la fe, entre otros especuladores (como políticos, por ejemplo) se aprovechan del miedo y de lo que parece una solución al mismo para acentuar el daño y sacar grandes réditos personales.
Me encantaría que pudieras compartir tus ideas aquí, en la zona de comentarios.
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Así pues, aquí estamos, para seguir estudiando y compartiendo.
Si Dios permite, iremos ampliando sobre esta temática muy importante e interesante, pero depende en buena medida de cómo respondas tú.
Todo mi cariño y respeto para ti.