Un concepto que tiene su vertiente mística, pero que también responde a una realidad objetiva.
El mal de ojo es la perspectiva negativa de la vida.
Tanto sobre uno mismo como sobre los demás.
Así pues, la persona con mal de ojo, considera la vida como inútil, la riqueza como pobreza, la dicha como pesar, la responsabilidad como una tranca, el éxito como motivo de terror.
Cuando vemos a través del mal de ojo, hasta el prado más plácido y luminoso parece un antro cerrado, oscuro, pesado, mortal.
Cuando la subjetividad es antagónica, el gato ruge como león, y el miedo impide el crecimiento y desarrollo.
Algunos ofrecen cintas rojas para prevenir del mal de ojo.
Ciertamente que la forma que el color rojo repercute en nuestro sistema nervioso puede resultar beneficioso, pues restringe y activa.
Pero, el verdadero poder de la cintita roja no es místico, ni siquiera fisiológico; sino que cuando una persona tiende a ver de manera pesimista la vida y contempla esa cinta roja que alguno se puso, quizás se toma un instante para reconsiderar su actitud hacia la vida.
Esto no implica que usemos cintas rojas, prendas de color rojo, o por el estilo; ya que estaríamos actuando al borde de la superstición.
Más poderoso efecto tienen otras cosas, tales como el estudio de Torá, el cumplimiento de los preceptos, el ser dadivoso, el buscar el Shalom entre las personas.
Es cuestión de aprender, de entrenar el ojo, de instruir nuestra mirada para que sea un ojo bueno, uno que ve el bien, que juzga positivamente, que encuentra luz en la oscuridad.