«מִֽי־יַעֲלֶ֥ה בְהַר-ה’ וּמִֽי־יָ֝ק֗וּם בִּמְק֥וֹם קׇדְשֽׁוֹ
¿Quién subirá al monte del Eterno?
¿Quién permanecerá en su lugar santo?»
(Tehilim/Salmos 24:3)
Es evidente que para el inspirado salmista el monte del Eterno NO significaba el lugar de residencia de Él, sino el sitio que Él había escogido para que estuviera el Templo a Su Nombre.
En el monte conocido actualmente como “del Templo”, en aquella época todavía se usaba su nombre de “Moriá”.
El preciso lugar en Ierushalaim/Jerusalén donde ocurrió la Akedat Itzjac, la Atadura de Isaac, entre otros eventos del pasado de la familia judía.
El salmista nos hace considerar que hay al menos dos tipos de leales al Eterno:
1- aquel que se conforma con subir al monte del Eterno; y
2- el que permanece en el lugar santo.
El primero es el que encuentra esporádicos tiempos para conectarse con la espiritualidad. Tiene apego por las cosas del Eterno, las ama, trata de comportarse con lealtad a Su Palabra; pero no le pidamos mucho. Con su esfuerzo de ascender cada tanto le es suficiente.
Por eso es que tiene que estar subiendo una y otra vez, porque su esmero termina y comienza pronto el declive. Ya que, en las cuestiones espirituales cuando no se avanza, se retrocede.
Por tanto, esta persona loable se esfuerza, pero no de manera constante.
Podríamos decir que es como un agradable visitante, pero que no juega nunca como locatario.
El segundo, es aquel que permanece en el lugar sagrado, que tomó el compromiso por sostener el apego sagrado en cada ocasión de su existencia. Por ello, desde que se levanta hasta que se acuesta, al andar por el camino o estar en su casa, con amigos o familia, solo o rodeado de gente, en la sinagoga o en la calle, en el trabajo y en el recreo, en todas partes y tiempos halla la oportunidad para que lo espiritual se manifieste.
Su vida es estable, dentro de las zozobras que trae la vida en este mundo. Porque ha comprendido que es con la brújula del Eterno, con la guía fiel del código ético/espiritual de los mandamientos, que encuentra la felicidad, la satisfacción, la plenitud en esta vida y en la eternidad.
Por ello remarca el inspirado autor que esta persona está en el lugar sagrado, sin darle movilidad. Porque tiene a Dios presente todo el tiempo y vive de acuerdo a Su Palabra.
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