De acuerdo a la Tradición Sagrada hay un día al año, y solamente uno, que está dedicado a encontrarnos con el Eterno a través de lo físico, emocional y social, dejando relegado a un segundo o tercer plano lo intelectual.
Ese día es la festividad judía de PURIM.
El resto del año la espiritualidad ha de manifestarse en todos los planos (obviamente), pero con el control principal desde lo mental.
Por supuesto que dejar relegado lo intelectivo en PURIM no implica comportarse como bestias descontroladas, fuera de todo marco normativo o limitaciones éticas. Pero sí dar mayor relevancia a experiencias que, o damos por descontadas en el año, o no nos resultan de primer orden.
Por esto hay una relajación durante esta festividad, el ánimo bromista, un poco de excesos (sin romper ninguna ley), el compartir más de los placeres mundanos junto con amigos y familia.
Así aprendemos que en todo se encuentra la chispa de santidad, que es posible ser espiritual al comer o al ayunar, al tener relaciones sexuales lícitas o al privarse de las permitidas por motivos saludables, al disfrutar de un café con amigos o de una charla filosófica, de… de todo lo que hay en este mundo para que gocemos de lo permitido en tanto nos apartamos de lo prohibido.
Al finalizar PURIM, retomamos la coherencia, no abandonamos el ánimo alegre, pero lo limitamos con la seriedad. Nuevamente, se ubica el control de la mente y su prevalencia, sin negar el resto de nuestras dimensiones.
Porque a Dios se lo puede encontrar en todos los momentos, escondido o revelado. También en el placer está Dios, o quizás deberíamos decir que “especialmente en él”.
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