¿Faraón o Moshé?

Podemos llevar una vida pretendiendo mantener una seguridad ilusoria, como si fuéramos rocas firmes y estables; imaginar que poseemos el control total y negar infantilmente (o de manera enfermiza) cuando la realidad nos golpee en nuestra impotencia. Como cuando te atreves a criticar, aunque sea levemente, alguna cosilla de un niño o jovencito, que de inmediato se arma un altercado impresionante, una ráfaga de violencia e incomprensión. O, la ira se esconde, se la traga y pasa a ser violencia interna, que carcome desde el interior, que va consumiendo a la persona.
Así nos llenamos de ira, respondemos con enojo, estamos en constante huida, escapando por no atrevernos a sufrir y reconocernos en nuestra limitación. Nos cubrimos con capas de mentiras, para no someternos al cambio que nos trastornará pero finalmente resultará en una mejor calidad de vida.
Pero rechazamos el cambio liberador, porque implica admitir nuestra debilidad y la obligación de hacer cambios.
Preferimos, a sabiendas o no, atarnos al EGO, reaccionamos ante el sentimiento de impotencia con el automatismo que proviene de él. La agresión en sus variadas formas, la manipulación, el odio, la dulzura venenosa, el engaño multiforme, todo lo que es ausencia del control en un desespero por tenerlo. Porque, a mayor apego al deseo de poder y control, más nos hundimos en la desesperación.
Encarcelados en la celdita mental, rehuyendo del cambio saludable, evitando el despertador de la conciencia, dentro de las fronteras de la zonita de confort, en esa precaria comodidad de aparente invulnerabilidad. En caos, al que llamamos orden.
Enmohecidos por atarnos a lo poquito que tenemos a mano (aunque seamos ricos y físicamente fuertes), apartando lo que amenace con desatar lo que pudiera llegar a cuestionar y demoler los cimientos de nuestra patética fortaleza.
Nos hacemos fanáticos, de religiones, dioses, rituales, rezos, libros, panfletos, partidos políticos, nacionalismos, sectas, banderas, empresas, marcas, clubes, atletas, estrellas del espectáculo, ideales, creencias, imaginería, lo que fuera que nos sirva para sentirnos poderosos, protegidos, seguros a resguardo de crecer y madurar.
Encontramos o inventamos adversarios a los cuales culpar, detestar, odiar, aborrecer, humillar, avergonzar, maltratar, expulsar, aniquilar, el famoso chivo expiatorio (no el bíblico) que se usa como la excusa para embrutecernos, perder la cordura, realizar cualquier acto aberrante pero en apariencia justificado. Porque, hacemos notar que es ese enemigo el motivo de nuestro sufrimiento, el que nos obliga a una vida detestable. Ponemos así por fuera de nosotros el mal, para castigarlo y tratar de seguir impunes, en la ilusoria seguridad, libres de tener que cambiar y dejar de lado nuestra endeble vida amurallada.
Porque el EGO se regodea con lo poquito que tiene y conoce, en tanto quiere recibir más y más, ser atendido, ser satisfecho, a costa del sufrimiento y la opresión.
Recuerda al Faraón en la historia del Éxodo de Egipto; o estudia la personalidad y acciones del perverso Amán, el de la historia de Purim, entonces tendrás ejemplos de este estilo de vida fracasado, aunque rodeados de lujos materiales y con todo el poder externo al alcance.
¿Qué fue de ellos?
Y tienes a los patéticos personajes de mitos y novelas, pretendidos santos héroes salvadores o manifiestos rufianes terribles, que agotaron su incapaz vida pretendiendo un poder que les era ajeno. Emisarios de dioses y redentores, que proponían revoluciones para llevar las cosas a un mayor desorden y exilio.
O abiertos tiranos, dictadores impíos, que pisoteaban a quien pudieran con tal de mantener su cuotita de poder externo, aparente.
Son modelos de conducta negativa, de lo que podemos encontrar en cualquiera de nosotros, porque cada uno de nosotros está actuando como ellos, en mayor o menor medida. Cada uno a su escala, según sus posibilidades, manteniendo nuestra imaginada potencia a costa de no ser auténticos ni llevar una vida con sentido.

Pero, hay otra manera de vivir.
Podemos aceptar nuestro dominio escaso, reconociendo cuales son nuestras fuerzas y cuales nuestras debilidades, para entonces ser activos, responsables, cumplidores, transformadores de la realidad, optimistas y dejaremos fluir sin aferrarnos al dolor cuando lleguemos al punto de nuestra falta de poder.
Al conocer y admitir nuestra impotencia, y al no recurrir a los mecanismos del EGO para simular poder, entonces estaremos siendo realmente poderosos.
Podremos emplear el caos para que el instinto creativo lo organice y nos lleve a un grado mayor de conciencia.
Podemos conectarnos con el llamado constante de nuestra NESHAMÁ, y encontrar en su brújula ética/espiritual un aliciente para dejar la comodidad incómoda y ponernos a evolucionar seriamente pero con alegría.

¿Recuerdas cómo fueron, y son, tratados aquellos “revolucionarios” que proponen cambios reales que apuntan a adquirir un mayor y más generalizado estado de bien y justicia?
Los profetas de Israel suelen ser el mejor ejemplo de estos enviados del compromiso con la vida, los que atienen al llamado ético/espiritual.
El más grande de ellos, Moshé, si estudias sus conflictos, sus obras, entonces estarás viendo a lo que se enfrenta alguien que propone llevar una vida pentadimensional, auténtica, no adoctrinada por el EGO ni esclavizada a él.

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