El no creativo

En las sociedades de bienestar en las que vivimos a veces, muy habitualmente, pareciera un pecado (o algo peor) que los padres o maestros digan la terrible palabrita “no”, a sus hijos o alumnos.

Como si con él no les fueran a amargar el presente y arruinar el futuro.

Como si satisfacer cualquier deseo o antojo del crío (de 0 a 150 años) fuera un deber, una obligación, un elemento decisorio que determinará la salud, bienestar, integridad, felicidad del hijo.

Pero lo que solemos olvidar es que los hijos, conscientemente o no, aman que les pongamos amables límites, los quieren, los buscan, nos llevan a imponerlos; porque sienten, presienten, saben, intuyen, o lo que fuera que ocurre que les asegura que los límites son indispensables.

Sin los noes, que acompañan a los síes, el hijo crece en un mundo escasamente delimitado, confuso, caótico, que les impide crecer, adueñarse de sus vidas, encontrar el sentido a su existencia, descubrir el placer de conquistar su realidad.

Por ello, tengamos siempre en cuenta que los límites equilibrados son los que forman personalidades saludables y promueven sociedades justas.
Que el bienestar sea verdadero, y no solamente el consumismo que angustia, aburre, provoca insatisfacción y vaciamiento.

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