Tradicionalmente el apelativo de Iosef/José el hijo de Iaacov, es haTzadik, que significa “el justo”.
Nuestra Tradición nos enseña que no fue un derecho de nacimiento, ni una gracia celestial, ni una cualidad natural en él esa tendencia a ser tzadik; sino que lo adquirió a través del aprendizaje, lo reforzó con el entrenamiento de las cualidades del justo y luego, porque cuando hubo que ponerlas en práctica en lo momentos necesarios, ¡lo hizo!
Es decir, no era un justo porque sí, ni por obra milagrosa, sino por su esfuerzo y dedicación, por su entrega a una misión en particular, la de ser justo.
Entre las cualidades que tuvo que cultivar se encontraba la de tomar conciencia de sus deseos.
Esto es, trataba de filtrar sus creencias, tomar en consideración sus sentimientos, detener sus reacciones para poder mediarlas con el razonamiento y la creatividad, en lugar de ser esclavo de su Sistema de Creencias. Así iba tomando conciencia de sus deseos, y por ello era amo de su conducta (hasta donde la limitación inherente a ser humano nos permite).
Te repito que no le salía de forma natural, no nació con dotes sobrenaturales, sino que fue aprendiendo, haciendo su camino y las circunstancias de la vida le fueron dando chances para sobrepasar sus límites.
Entre esas circunstancias se pueden enumerar muchas dramáticas, de oscuridad tremenda.
Fue allí donde tuvo que cultivar otra cualidad, la de la confianza en sí mismo y en el Eterno.
En vez de dejarse tragar por la oscuridad y entonces abandonarse, destruirse, o quejarse y echar culpas, él escogió otra manera de responder: la asertividad.
Es decir, el verdadero pensamiento positivo.
No el que nos llena de delirios de poderes mágicos, como si pudiéramos controlar el universo con nuestra imaginación, sino el que trata de ver qué nos está enseñando este momento; también, cómo podemos obtener alguna ventaja incluso allí en donde solo se ve fracaso; también, el saber que existe un Dios que nos permite el libre albedrío pero que finalmente Él se encarga de valorar nuestra conducta y nada pasa desapercibido ni es menospreciado a Su escrutinio.
En Iosef, su trabajo de desarrollo personal lo llevó a crecer cuando todas las cartas parecían estar en su contra.
Había sido repudiado por sus hermanos, vendido como esclavo, estaba muy lejos de su hogar y patria, no tenía amigos ni contactos, la gente rechazaba a los de su etnia, había sido acusado injustamente de violador y por eso terminado en una terrible prisión, no había ninguna luz en esa oscuridad cada vez más intensa.
Sin embargo, seguía estando firme en su convicción, en su confianza.
Estaba entrenando su pensamiento positivo.
Tomaba conciencia de sus deseos.
No se dejaba caer por el abismo, sino que con aquello que tenía al alcance hacía lo mejor que podía en ese determinado momento.
Así llegó a tener gran poder, influencia, éxitos y ser distribuidor de la bendición y el sustento.
Fue muy duro su camino, pero la meta victoriosa había sido alcanzada.
Se transformó en el shalit –gobernante- de Egipto y mashbir –proveedor, canal de bendición y sustento- para toda la zona de influencia de Egipto.
Pasó del pozo más hondo y aterrador a la cumbre más luminosa y espléndida.
Por ello no resulta casual que sea esta parashá, Miketz, la que siempre acompaña a Januca.
Porque tienen ambas el mismo trasfondo en común: podemos vencer a la oscuridad cuando no nos dejamos vencer por ella.
La LUZ del Eterno siempre está con nosotros, somos nosotros los que tenemos que desarrollar instrumentos para permitir que alumbre y nos fortalezca.
En lo material estaremos siempre limitados, es condición necesaria de la materialidad.
Pero en lo espiritual, somos parte del Eterno, por tanto unidos e ilimitados.
Al poblar de espiritualidad nuestra vida terrenal, estamos revelando la luz de las llamas de vida eterna en nuestra existencia.
Al ver los desafíos y no tropezar con ellos, ni sentir que estamos destruidos y colaborar en nuestra destrucción. Ser como Iosef, ser como los macabeos, transformar la oscuridad en parte de la Luz Oculta para revelar la LUZ.
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