Sucot e Israel

De las cuestiones que Dios ordenó a los judíos, hay dos que ponen en juego a todo el cuerpo.
No son acciones que impliquen necesariamente conciencia, ni estar atentos a algo en particular, sino simplemente con ubicar el cuerpo en cierto lugar.
Esas dos cuestiones son: el mandamiento de residir en una Sucá durante la festividad de Sucot y la de residir en la tierra de Israel.
Si uno está, anda, se sienta, duerme, trabaja, descansa, come, conversa, cualquier cosa que haga dentro de la Sucá (durante la festividad de Sucot), está cumpliendo con una mitzvá, uno de los 613 mandamientos que Dios ha ordenado al pueblo judío.
De manera similar, el judío al estar en la tierra de Israel, por ese simple hecho, por esa ubicación espacial, ya está conectando su ser a la Fuente de Vidas, está armonizando su existencia con el Cosmos.

Resulta simpático darse cuenta que hasta al dormir, en la cumbre de la inconsciencia, igualmente se está actuando según prescrito por Dios.
Resulta paradójico que aún siendo ateo, o peor aún, contrario a la Tradición, el judío que reside en la tierra de Israel está actuando –en ese aspecto- en coherencia con la Voluntad de Dios.

Pero así está establecido, son cuestiones que involucran la ubicación del cuerpo, no la conciencia, ni el deseo, ni la voluntad, ni el sentido, ni la opinión personal.
Si eres judío y pones tu cuerpo bajo el techo de la Sucá en Sucot, estás haciendo lo correcto, aunque no hicieras otra cosa más en ese momento, ni bendijeras, ni rezaras, ni tomarás en tu mano objetos rituales, incluso aunque ni siquiera sepas que estás cumpliendo con un mandamiento que Dios ha dado al pueblo judío.
Eres judío y estás en la tierra de Israel, igualmente.

Para muchos esta identidad no ha pasado desapercibida, por lo cual identifican a la festividad de Sucot no solamente con los años de residencia de los judíos en el desierto, tras la salida de Egipto, siendo protegidos y sostenidos por Dios. Sino que también lo perciben como un compromiso para alcanzar la tierra de promisión, a afincarse en ella, a establecer en ella un estilo de vida de santidad.
Es lo que hicieron los antepasados judíos cuando hace 3300 años tomaron posesión de la tierra y se afincaron en ella para perpetuidad.
Es lo que sustenta el ideal mesiánico, de retorno de los hijos a los límites del hogar sagrado, de hacer florecer la tierra, de desplegar todo el potencial de la triple alianza sagrada: pueblo judío, tierra judía y Torá judía. Porque cuando hablamos de mesianismo, cuando añoramos una Era Mesiánica, estamos pensando centralmente en el pueblo judío, en la tierra de Israel viviendo de acuerdo a las reglas pautadas por la Torá dada por Dios a los judíos. Ciertamente el efecto positivo y redentor de este enlace sagrado será percibido por todo el mundo, en cada rincón brotará la espiritualidad pura, el amor a Dios y sus cosas, el noajismo a pleno para los gentiles. Pero esto como efecto secundario al real enfoque de lo que respecta a la Era Mesiánica.

Estas palabras que parecen ideales fantásticos hacia el futuro, anhelos soñadores del presente, o míticos relatos del pasado de la nación judía, ciertamente tienen sus paralelos en el mundo, en las naciones, en procesos históricos bien conocidos en general.

Atiende a estos comaprativos:
Pesaj es la liberación del yugo extranjero e imperialista.
Shavuot es la Jura de la Constitución nacional.
Sucot es la independencia de la patria.

Los que vivimos en América y conocemos un poco de nuestra historia, podemos reconocer que estos han sido pasos que en mayor o menor medida han dado nuestras naciones para conformarse en lo que son actualmente.
Habíamos estado sometidos al imperialismo europeo, hicimos nuestras guerras de liberación.
Pudimos establecer códigos de vida propios, muchas veces constituciones nacionales o estatales.
Declaramos y sostuvimos –más o menos, en realidad- nuestra independencia de poderes extranjeros.
Allá por fines del siglo 18 y durante el siglo 19 muchos nos libramos del mandato oprobioso de España, de Inglaterra, de Portugal, de Holanda (me olvido seguramente de alguno), aún penamos bajo la bota imperialista romana-cristiana, árabe-musulmana, socialista y por supuesto la de otros imperios codiciosos. Las gestas libertadores se reproducían por toda América.
Supimos hacer nuestros Cabildos, nuestras asambleas constituyentes, nuestras legislaciones, etc.
Supimos proclamar la independencia de poderes colonialistas, de intervenciones extranjeras, aunque luego nos sometimos por viles necesidades, por negociados de políticos corruptos, por la ceguera moral de muchos, por el EGO entorpecedor de las masas, por el populacherismo, pero al menos supimos desear ser libres, iguales, independientes.

De manera similar, pero con miles de años de anticipación, aconteció para los hijos de la nación hebrea.
Para aquella gesta redentora no solamente trabajamos nosotros, en realidad bastante poco, sino que fuimos guiados y protegidos por el Todopoderoso.
Sin embargo, con el correr del tiempo fuimos pudiendo hacer nuestra parte, con tropiezos, con dudas, con vacilaciones, con retrasos, con apurones, pero finalmente el pueblo judío estableció su patria en su tierra (esa tierra que desde siempre ha sido pretendida por otros y ahora está a punto de ser robada nuevamente por el imperialismo extranjero, cuya punta de lanza son los que se hacen llamar “palestinos”, pueblo inexistente, invención imperialista en su lucha contra los judíos, que es su lucha contra Dios).

Podemos hacer nuestra parte, cada uno su parte. Ni más, ni menos.
Está en nosotros el conectarnos a través de nuestras acciones positivas.
Podemos establecer nuestra Sucá, endeble, débil, fácilmente desarmable, al tiempo que confiamos en que es Dios el que la refuerza y sostiene.

Los judíos tienen su tarea particular en el plan de Dios para la redención de la humanidad, pero también tienen la propia los gentiles.
Por medio del judaísmo, para unos, y del noajismo para los otros es que estableceremos un mundo de Shalom. Que no sea solamente un bello ideal, una fantasía soñadora, algo parecido a una canción de John Lennon, sino una realidad concreta, vibrante, es posible.

A levantar cada uno nuestra Sucá interior, a librarnos del EGO, a tomar para nosotros el cumplimiento de la Torá que nos corresponde, a construir una patria interna de plenitud y Shalom.

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