El saber del Todopoderoso es más profundo que nuestras pobres palabras y limitados entendimientos. Su conocimiento es infinito, inabarcable para nosotros, incluso imposible de comprender, siquiera fantasear, cualquier cosa que trata de Él.
Entre esas cuestiones que creemos entender, pero nos resultan incomprensibles en su mecánica, está la plegaria, el rezo, la tefilá.
Como dice el Zohar, al rezar elevamos nuestras súplicas por canales divinos, pero sólo Él conoce Sus propios planes y caminos perfectos.
Debemos tener confianza no solo en que Dios oye nuestras plegarias, sino en que responde de la manera más amplia y elevada, aunque a veces los frutos no se muestren de inmediato, o tal vez, no son como nosotros pretendíamos.
Al rezar en verdad, nos conectamos con Dios, en una charla sincera, franca y restauradora.
Al mismo tiempo, ponemos en funcionamiento fuerzas cósmicas y avanzamos por sendas que nuestra mente mundana no alcanza a vislumbrar.
Así como en la Cabalá cada letra de la Torá es una puerta a mundos superiores, cada ruego sincero es semilla que germina a su debido tiempo. Nuestra tarea no es juzgar los resultados, sino cultivar nuestra relación con el Ein Sof a través de la oración y elevar nuestras almas.
Estamos sembrando, regando la siembra, esperando que brote el buen fruto de bendición.
Por supuesto que el rezo es solamente una parte de la fórmula, ya que somos los socios minoritarios en la Empresa Universal de Dios. Él hace Su parte, mientras nosotros debemos estar enfrascados en hacer la nuestra. Rezar es conversar con nuestro Socio, no para enseñarle lo qué tiene para hacer, mucho menos para ordenarle que haga algo. Más bien, es un momento de conocernos mejor, evaluar nuestra situación y nuestro entorno, darnos cuenta todo lo que tenemos a nuestro alcance para agradecer y para hacer.
Debemos conservar una humilde confianza, aun cuando circunstancias adversas desafíen nuestra emuná.
Tengamos bien en claro que solo Dios ve el cuadro completo, y aun en momentos de oscuridad guía todas las cosas hacia la luz. Si seguimos hablando con Él desde lo más profundo de nuestro ser, Él nos sostendrá y usará todas cosas para nuestro crecimiento espiritual.
Tal vez no obtengamos el resultado esperado, quizás sea justo lo contrario a lo que queremos. Por ahí no llega cuando lo pretendemos, sino después.
Lo que importa es que sigamos confiados en el Padre Celestial y coordinando lo que está en nuestras manos hacer para realizarlo.
Nuestras oraciones son vehículos de unión con lo Divino más allá de toda comprensión racional. Este es el antídoto más poderoso contra la desesperanza y el sendero más sublime de servicio a Aquel que es la Fuente primordial de toda vida y toda bendición.
Haya éxito material o no, el triunfo está en mantener la conciencia del sagrado nexo incorruptible con nuestro Padre Celestial, mientras seguimos sembrando semillas de bendición a través del rezo y la acción.
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