Nuestro Creador no ha dejado nuestra vida espiritual lanzada al caos y al abismo.
Desde el inicio mismo de la humanidad nos dictó un código de ética, de actuación, que es fundamentalmente espiritual.
Fueron los mandamientos que recibió Adam y con él todos los seres humanos que somos sus descendientes.
Dios le reveló, le manifestó Su Voluntad en lo que fue aquella primera y original Torá para toda la humanidad. Evidentemente no es la misma Torá que desde hace 33 siglos tiene la familia judía, porque ésta contiene historias que corresponden a la identidad nacional judía, y además su sistema legal es mucho más intrincado, complejo y lleno de otros mandamientos (todos los cuales son ramificaciones de los mandamientos Adámicos, actualmente conocidos como Noájicos).
Así pues, el Señor ha dado Su Torá fundamental a las personas del mundo, y una particular para los hijos de la familia judía.
Cada uno tiene su Torá para conocer, aprender, reconocer, integrar la Sabiduría del Creador en nuestra vida cotidiana.
Es la Palabra del Dios Vivo y que da vida.
Es el legado de profetas, quienes fueron el canal de esta sagrada transmisión que llega hasta nosotros para nuestro beneficio y bendición, y con ello poder beneficiar y bendecir al Cosmos.
Para que nos llene completamente con su Luz, es indispensable abrir la mente, dedicar tiempo y paciencia, analizar, razonar, pensar, meditar, reflexionar, conquistar el terreno mental. No basta con sentir o creer, ni con ser imaginativo o dar opiniones. No basta con abrazarse y llorar, o girar cantando en danzas sagradas. Es indispensable sentarse y estudiar, penetrando con el poder mental (cada uno de acuerdo a su capacidad y potencialidad) para exprimir al máximo el jugo sagrado del fruto sabroso de la eternidad.
La contraparte al estudio es el rezo.
Es lo que nace en el corazón de la persona, su cariño, su deseo, su anhelo, su reconocimiento, su gratitud, su temor, su duda, su necesidad de expresarse y relacionarse con el Infinito.
La emoción nos mueve a rezar, porque es conectarse, abrazarse, fundirse en el seno maternal de Dios.
Es sentir nuestra indefensión, percibir nuestra limitación, imaginar nuestras posibilidades, estremecernos y clamar al Padre Celestial.
Es hablar CON Él, y NO hacer disertaciones DE Él.
Por supuesto que para preservarnos de errores y para encaminarnos en la ignorancia es que se han elaborado libros de rezos, así como existen maestros que enseñan a rezar correctamente.
Pero, el rezo nunca jamás debe perder su calidez, su calidad, su espontaneidad, su individualidad (por más que se haga en grupo).
Reza y estudia.
Estudia y reza.
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