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En la parashá Vaieji (וַיְחִי), Yaakov (יעקב) se encuentra al final de su vida y reúne a sus hijos para bendecirlos individualmente. Yaakov tiene una visión profética sobre el destino de cada uno de sus hijos, revelando tanto sus fortalezas como debilidades.
Además, Yaakov deja instrucciones claras sobre su entierro en la tierra de Canaán y se despide de sus seres queridos. Parte de este mundo Yaakov y se nos relata los preparativos que fueron llevados a cabo para su funeral, luego del cual, los hermanos de Yosef (יוסף) preocupados por posibles represalias después de la muerte de su padre, hablan con él para obtener paz, lo cual acontece.
La parashá concluye con la muerte de Yosef, el cual hace prometer a sus hermanos y descendientes que su sarcófago de la realeza egipcia será llevado a su debido tiempo a la tierra prometida, cuando los israelitas puedan retornar allá.
A medida que reflexionamos sobre los preparativos de Yaacov y Yosef para sus respectivas muertes, así como en las bendiciones de Yaakov cuando siente que está llegando al final de su vida terrenal, nos damos cuenta de que nuestras acciones y palabras tienen un impacto duradero en aquellos que nos rodean.
Cada día es una oportunidad para dejar una huella positiva en el mundo, recordando que nuestras palabras pueden inspirar, nuestras acciones pueden sanar y nuestro amor puede perdurar más allá de nuestra existencia. En cada momento, tenemos el poder de sembrar semillas de bondad y esperanza, creando un legado eterno que trasciende el tiempo y trae luz a las generaciones venideras.
La muerte es un corte, una separación, pero ciertamente no es el final, sino un paso más en el camino de la NESHAMÁ y de la evolución de la humanidad en este mundo.
Depende de nuestra vida acá, el resultado de nuestra existencia en el más allá.
Así como también qué germinará de las semillas que hemos sembrado, para beneficio (¿o no?) de los que nos sobreviven en este viaje terrenal.
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