Nos reunimos hoy en este Shabat, como familia y comunidad, para celebrar Iom HaAtzmaut, el Día de la Independencia de Israel.
Sabemos que nos ha tocado vivir un momento de profunda crisis y amarga sorpresa. Nos encontramos en un mundo convulso, plagado de incertidumbre y dolor, que nos exige encontrar mensajes inspiradores que fortalezcan nuestra tikvá -esperanza- y guevurá -fortaleza-.
La parashá de esta semana, Emor, en el libro de Vaikrá (Levítico), nos recuerda las festividades judías y destaca la importancia de los bikurim, las primicias. Estas ofrendas, entregadas al Templo en Shavuot, representaban lo primero y mejor de la cosecha anual en la tierra de Israel.
Esta consagración simboliza la gratitud del pueblo judío hacia Dios. Reconoce que nuestro esfuerzo es valioso, que las oportunidades deben aprovecharse, pero siempre bajo la guía y el amparo divinos. Lo mejor de nuestro trabajo lo dedicamos a Él, para que sea compartido con los más necesitados.
Los bikurim también representan la profunda conexión entre el pueblo judío y su tierra prometida, una tierra bendecida. Este vínculo inquebrantable, que resuena con fuerza en la celebración de Iom HaAtzmaut, se remonta a nuestros milenarios ancestros.
Por ello, la creación del Estado de Israel en 1948, no fue un invento de la política europea del siglo XX, ni una aspiración colonialista de gente ajena a esa tierra, ni una locura de un grupo de atrevidos, sino que indubitablemente y con veracidad histórica, marcó un hito en el renacimiento nacional.
Fue un hecho anhelado y por el cual se rezó y trabajó incansablemente, y, por tanto, fue una exigencia de siglos de nuestra presencia constante en esa amada tierra.
El Estado surgió luego de un centenario proceso de retorno como un faro de luz, como una esperanza tras siglos de exilio y persecución. Representa la realización del sueño ancestral de retornar a nuestra tierra y hacerla florecer.
Para ilustrar este vínculo, recordemos la historia de la Torá, nuestro libro primigenio más sagrado. A través de sus párrafos, encontramos relatos de héroes y heroínas, profetas y maestros, que lucharon por preservar nuestra emuná y nuestra identidad. Estas historias nos recuerdan que la conexión entre el pueblo judío y la tierra de Israel no es solo física, sino también espiritual.
No depende de la presencia, sino que es eterna e irrenunciable.
La Torá nos enseña que esta tierra es el hogar del pueblo judío por designio divino y por derecho familiar. Es aquí donde nació nuestro primer ancestro, EBER, del cual proviene nuestro nombre como hebreos, y se consolidó como el padre de una incipiente nación en ese territorio.
Es ahí donde hemos vivido momentos de gloria y también de sufrimiento. Es en ella donde supimos construir una sociedad vibrante y diversa, basada en los valores de justicia, compasión y paz.
En estos tiempos difíciles, donde enfrentamos desafíos tanto internos como externos, debemos recordar la fortaleza y la perseverancia que nos han llevado hasta aquí. La historia de Israel es una historia de milagros y resiliencia. Desde la lucha por la independencia hasta la construcción de una nación próspera y avanzada, hemos demostrado una y otra vez que con emuná, unidad y determinación, podemos superar cualquier obstáculo.
Iom HaAtzmaut no solo celebra nuestra independencia nacional, sino que también reafirma nuestro compromiso con los valores que nos han sostenido a lo largo de los siglos. Es un recordatorio de nuestra responsabilidad de mantener vivo el corazón de nuestro pueblo.
Por eso, queridos amigos, los invito a que sigamos cultivando y agradeciendo los frutos de nuestra tierra y nuestra labor, manteniendo la esperanza y la resiliencia frente a la adversidad. Que estas enseñanzas nos fortalezcan y nos inspiren a seguir construyendo un futuro brillante para el pueblo de Israel y para toda la humanidad.
¡Jag HaAtzmaut Sameaj! ¡Que tengamos todos un feliz Día de la Independencia! ¡Shabat Shalom!
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