En la Sucá

Hace un rato terminamos con uno de mis hermanos de edificar la Sucá en el fondo de casa.
Es una bella estructura termporaria, endeble como para permanecer indefinidamente; pero fuerte como para resistir todo un lapso de tiempo.
Es sombreada, lo necesario como para mi láctea piel esté a cubierto del inclemente sol; pero luminosa como para vislumbrar la luz de las estrellas primaverales (vivo en el Hemisferio sur).
Es hermosa, rústica y decorada por las inexpertas manos de mis hijos y sobrinos; pero resplandeciente con los adornos del amor y el sentido trascendente.
Es un precepto que cumplimos en familia, pero es también un aposento digno de la realeza espiritual.

¡Cuán bellas son tus cabañas oh Iaacov, tus moradas Israel!
Aprendemos de ellas a valorar el momento presente, el aquí y ahora, el dulce aroma de la jalá recién horneada, la ternura de la caricia de un hijo, la profundidad de las perlas de la Torá. Y aprendemos a valorar la eternidad, ese mañana que diseñamos con nuestras acciones actuales.
Aprendemos a crecer en compañía de otros, bajo la atenta mirada del Padre celestial.
Aprendemos a crecer interiormente, apreciando aquello que hemos recorrido por la senda del Bien, y aquello que nos resta aún para apegarnos más al Eterno.

En un rato mi señora encederá las velas que santifican este Shabbat y Sucot, y entonces tendremos en familia el gozo de degustar un momento del Paraíso.

Ahora, me voy a dar los últimos retoques a mi hogar termporario, a la representación de la divina Providencia custodiando a Sus hijos. Prepararé lo que resta, para acondicionar esta morada tan breve y tan vinculada a la eternidad.
Quiera el Eterno que todos podamos hacerlo y celebrar con sumo gozo y dicha nuestra celebración.

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