«Como una ciudad cuya muralla ha sido derribada, es el hombre cuyo ánimo no tiene freno.»
(Mishlei/Proverbios 25:28)
En el pasado los poblados solían erigir murallas para su defensa (y ahora también).
Para prevenir la agresión de fuera, y al no contar con el poder militar o la fuerza personal para contrarrestar el embate, era más seguro –en sus cálculos- encerrarse detrás de gruesas paredes que los separaban de los acontecimientos externos.
En vez de desarrollar el poder interno y hacerse en verdad fuertes, ponían sus esperanzas en la pasiva contención de los muros.
Contra el enemigo débil podía ser eficiente, pero cuando el agresor era aguerrido, tarde o temprano caían las murallas –o a veces los refugiados perecían de hambre o pestes pero teniendo bien firme el paredón de separación-.
Pero, tenía su utilidad sin dudas.
No para lo que ellos habían imaginado, como ya dijimos; pero sí para atacantes de menor peso, como pudieran ser coyotes, o chacales, o algún bandido y su pandillita.
También era una manera de mantener cierto orden civil, dotar de un poder externo al gobernante.
Y de algo así nos está hablando el proverbista.
El hombre débil precisa de alguna muralla, una que lo mantenga refrenado por imposición.
Para que de esa manera la persona ande por el camino moral a causa de restricciones y advertencias de castigos, por lo que se le obliga a cumplir con las leyes decretadas por otros.
Es para la persona que no encuentra el camino ético/espiritual, o conociéndolo no anda por él.
Entonces, requiere de la muralla que lo retenga y no le permita actuar desde el EGO y causar daños a otros o a sí mismo.
Esa muralla de la moral, de las leyes y costumbres sociales, también sirven como una posible defensa ante agresiones de otros, los cuales también actúan a instancias del EGO.
Para personas y sociedades éticamente/espiritualmente débiles, a merced del EGO, por supuesto que se hacen imprescindibles murallas, restricciones, frenos, leyes severas, promesas de castigos y amenazas de infiernos. Porque librados a sí mismos, se autodestruyen y arrasan con su entorno.
¡Qué bueno sería educar individuos y colectivos de constructores de SHALOM!
Gente que sabe ser fuerte, verdaderamente poderosos en las cinco dimensiones humanas.
Personas que actúan con bondad y justicia en todo momento, para dentro y para fuera, en sus pensamientos, palabras y acciones.
Porque, esta gente es poderosa y si caen las murallas de la moral, igualmente se mantienen intachables, erguidos, firmes, seguros.
Son poderosos, no precisando de la vara del miedo para actuar correctamente.
¿Llegaremos a vivir por fin en sociedad así, o sigue siendo solamente una utopía para idealistas del camino espiritual?