Gran ingenuidad o torpeza de aquel que considera que ha arribado a la sabiduría plena, poseedor de todas las respuestas. Como la de aquel que pretende controlar el universo a través de su pensamiento, de su deseo, de la manifestación de órdenes proclamadas a los cielos.
Porque, también en el plano intelectual estamos limitados, tal como en las otras tres dimensiones que conforman nuestra presencia material.
Es cierto que el intelecto es una herramienta poderosa, que nos abre a reinos y posibilidades en apariencia inaccesibles, pero finalmente chocamos con el muro invisible de nuestra humanidad, de ser finitos, limitados.
¿Hasta dónde llega nuestro poder? Si bien hemos superado notables escollos y crecimos en tecnología y dominio del mundo, en última instancia, los terrores primitivos nos sigan acosando tal y como a nuestros antepasados alrededor de las primeras fogatas.
Nuestro saber es reducido, aun si descubriera los secretos de las partículas subatómicas o las constelaciones más lejanas del cosmos.
De últimas, seguimos sin tener idea de aquello que nos motiva a cada instante y cómo hacer para dejar de lado las angustias, decepciones, esperanzas inútiles, egoísmo y todas las otras manifestaciones de nuestra patente ignorancia.
El precaverse de ser arrogantes con nuestro poder intelectual es una de las motivaciones por las cuales en la Tradición a los sabios se los suele denominar “talmidei jajamim” – “estudiantes de sabios”, porque nunca terminan de estudiar, siempre hay un poquito más para avanzar, una lección por captar, un conocimiento por perfeccionar, un capítulo por repasar, un tema para reflotar del olvido, en una carrera que no culmina y se duplica cuando el alumno es responsable y cumplidor. Pero también, porque los sabios deben ser portadores del mensaje de aquellos que le precedieron y han compartido con ellos el conocimiento. En el mundo de la Tradición no es sabio aquel que descubre, inventa, imagina, crea; sino el que sabe lo que sus maestros le han transferido. Por supuesto que habrá entre los sabios aquellos que dotarán de más fuertes alas al conocimiento, encontrarán asociaciones ocultas para los anteriores, resaltará aspectos que permanecían escondidos, abrirá nuevos y renovados senderos para que otros puedan seguir avanzando. Pero, dentro de un marco, no al azar y en el caos, sino en un trabajo colectivo que tiende a ser organizado, que tal vez no encuentra eco en su generación, o alguna figura que le sirva para el diálogo.
Los sabios son también aquellos que admiten su error, no se esconden de él, hacen su debido trabajo para restaurar lo dañado, y hasta tal vez encuentran que al levantarse de su tropiezo han podido aprender lo que sin contratiempos hubiera sido omitido y desconocido. Por estar conscientes de la posibilidad del error, no temen en preguntar, en no dejarse llevar por sus creencias o imaginerías, buscando el rayo de verdad en vez de la fe del necio que llama visión a su ceguera.
Los sabios son también los que se dan de frente con su muro de limitación cognoscitiva, pero igual empujan un poco el límite, a veces con éxito, corriendo así la frontera de la zona de confort (real o imaginaria) hacia un nuevo territorio por explorar y compartir. Y a veces, se quedan allí, ya incapaces de continuar, porque no les da las fuerzas o su humanidad se resiste al infinito.
Como sea, contemplan el mundo con la mirada sensible y confiada de haber dado todo de sí y estar conformes con su tarea. Otros vendrán a continuar, o no… ¿quién lo sabe? Esto es precisamente lo que estamos comentando aquí y ahora…