Vaetjanán 5775

Llegamos a la segunda parashá del Sefer Devarim (Deuteronomio).
Continúa el relato de Moshé, quien recuerda y aclara algunos de los momentos cruciales en la historia de la naciente nación judía.

Se acuerda de cuando imploró al Eterno para poder ingresar a la Tierra Prometida, pero Hashem se lo negó. Es que, el tiempo del liderazgo de Moshé está llegando a su fin, el pueblo precisa de otra conducción, una que le permita ser más independiente de milagros públicos, un jefe que los mueva a actuar para alcanzar sus metas y no estar a la espera de que otros solucionen sus problemas o necesidades.
Está amaneciendo la época del general Iehoshúa bin Nun, el más aplicado y mejor estudiante de Moshé, además de fiel a Dios, pero con una visión diferente de cómo afrontar las circunstancias.

También en la parashá encontramos el enfoque que Moshé tuvo de la Revelación de Dios ante los hijos de Israel en Sinaí, cuando Él manifestó los Aseret haDiberot, los llamados Diez Mandamientos. Resalta Moshé que en ningún momento pudieron ver imagen alguna de Dios, cosa que es evidente ya que Él no es cuerpo ni toma forma alguna, pero que sí escucharon los sonidos y captaron las palabras que Él les estaba expresando al colectivo, pero individualmente a cada uno de los tres millones de judíos allí presentes. Todos juntos, pero a cada uno y uno, en una relación especial y particular.
Todo el pueblo es testigo, no nace el judaísmo en la iluminación de un individuo, o en la pasión de un grupo de camaradas reunidos para organizar una creencia religiosa. Sino que es un testimonio multitudinario, de un encuentro personal y real con la Presencia del Todopoderoso.
Por ello, destaca Moshé este hecho e insiste para que cada generación de la Familia judía mantenga fielmente el relato del encuentro, para que no se pierda el lazo ni se confunda el camino. Porque, no depende de un libro, ni de un grupo de privilegiados líderes religiosos, ni de la imposición sobre las masas de una ideología, sino que es el relato de un acontecimiento que sucedió a nuestros familiares hace treinta y tres siglos.

Lo enseña así Moshé, que al mantener viva nuestra Torá, estudiándola, trasmitiéndola, viviéndola, estaremos encontrándonos con nuestra espiritualidad, la conexión con Dios. Todas nuestras dimensiones son importantes, la material, la social, la emocional, la intelectual, la ecológica pero también la espiritual; por tanto, es bueno conocer lo que nos ayuda y hacerlo.

Un buen mecanismo para no olvidar todo esto, es repetir a diario dos veces la lectura del Shemá Israel, que se encuentra en nuestra parashá. La frase, y su contexto, han acompañado desde siempre a nuestra Familia como un símbolo de identidad, como una brújula que nos orienta en todo momento.

Saber que Dios es uno, que es único, que es el Creador y quien sostiene la existencia del universo. Saber que Él nos ha dado, con amor y sabiduría, Sus mandamientos, para que de esa forma alcancemos el máximo grado de tikún olam, mejoramiento del mundo (personal y colectivo).

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