Según el Midrash, Ialkut Shime’oni Esther 1057 (véase Ester Rabba, Parasha 7, 18: 9,5) Eliahu haNabí le reveló a Mordejai que el decreto de Hamán para matar a los judíos no estaba escrito con sangre, sino con arcilla. Explicando, además, que un decreto firmado con arcilla puede ser anulado a través de oraciones, del rezo.
Esto en modo alguno se vincula con destinos marcados y la imposibilidad del hombre de caminar su propio camino, hecho en parte por sus libres decisiones.
No nos viene a hundir en un mundo determinista y fatalista, plagado de fantasías y supersticiones, ¡sino todo lo contrario!
De acuerdo con los sabios comentaristas, esta enseñanza aparta cualquier creencia en el destino, en el hombre como un títere de Dios.
Nos indica la importancia de las elecciones que hacemos y cómo éstas conllevan consecuencias, que suelen exceder nuestro mero acto.
¿Se entiende?
Es decir, escogemos actuar de tal o cual manera, y nuestro leve aleteo como de mariposas puede llegar a desencadenar eventos enormes, de los cuales no tenemos capacidad de predicción de antemano.
Es sobrecogedor, por lo cual nos alienta a ser muy cuidadosos y responsables con lo que hacemos y dejamos de hacer; así como estudiar, analizar, ,meditar, profundizar y no solamente dejarnos llevar por creencias, preconceptos e ilusiones infantiles.
Nosotros somos los que escribimos los decretos, a través de nuestras acciones, que se disparan a través de nuestras elecciones.
Las consecuencias de nuestros actos (lo que la mente infantil suele llamar premio y castigo) están firmemente encadenadas a las acciones u omisiones.
Y hay acciones que son motivadas en sangre y otras en arcilla.
Son símbolos, aviso para el que no comprende el lenguaje metafórico.
Acciones que escriben con sangre, son las que tienen un sentido abstracto, esotérico, despegado de la materialidad.
Las de arcilla son las que son concretas, mundanales, terrenales.
Para entenderlo cabalmente, tenemos el propio Midrash del que se toma esta referencia.
Allí el profeta Elías ve la inminente destrucción que Hamán preparó contra todo el pueblo judío y entonces se pregunta si es como consecuencia de pecados espirituales de los judíos, o de pecados terrenales.
Es porque ellos adoraron dioses, se aventuraron a la religión sin obtener con ello un rédito práctico.
O es que pecaron porque se dejaron llevar por apetencias terrenales, deseos mundanales.
Si los pecados son de sangre, es decir de origen religioso, entonces muy difícil encontrar el camino para superarlos. El mal ha contaminado hasta lo más profundo y es necesario un procedimiento drástico para extirpar el mal del alma de la persona o del colectivo.
Pero si el pecado es de arcilla, es decir, por obtener algún placer o beneficio material, el camino de recuperación es bastante más sencillo, si hasta el rezo puede provocar la anulación de las consecuencias amargas.
¿Se entiende?
Si es así, es hora de evaluar nuestras acciones, nuestras decisiones y descubrir si estamos actuando nefastamente por alejarnos del espíritu para ahogarnos en religión; o estamos pecando porque ansiamos los placeres terrenales más allá de lo permitido y saludable.
Por ambos modos tenemos procedimientos para la TESHUVÁ, solo que por los pecados de abjuración espiritual tendremos mucho más trabajo de perfeccionamiento por delante.