El enemigo íntimo

«Vio la mujer que el árbol era bueno para comer, que era codiciable a la vista y que el árbol era agradable para ser sabio. Tomó de su fruto y comió. Y también dio a su marido que estaba con ella, y él comió.»
(Bereshit/Génesis 3:6)

La mujer no estaba viendo al árbol realmente, sino que veía a través del filtro de su deseo. Por tanto, la visión no era clara y lo más próximo a la objetividad, sino netamente teñida de subjetividad, de creencia, de imaginación fuera de foco.
Es por ello que la mujer vio que el árbol era bueno para comer.
¿Cómo iba a ver la cualidad bondadoso como comestible del árbol?
Eso era imposible, por tanto lo único que ella estaba haciendo era inventar una excusa para hacer lo que tenía prohibido.
La codicia le perturbaba el entendimiento, creaba justificaciones para hacer plausible el acto ilegal.
Lo único que estaba siendo importante era su deseo, nada más.
Entonces, ¿cómo no iba a realizar la acción prohibida? Si en su mente no existía ninguna prohibición, sino tan solo el deseo.

En tanto el marido se dejó guiar, perezoso, remiso, falto de voluntad, haciendo de cuenta que no tendría ninguna responsabilidad.
Se estaba dejando llevar por la corriente, no oponía resistencia, fluía para no generar conflicto.
Era arrastrado por la corriente, lo cual resultaba cómodo, puesto que no le obligaba a esforzarse.
Se había acomodado en la zonita de confort, por tanto dejaba de lado cualquier voluntad o sacrificio; ¡y  no se daba cuenta de que su actitud lo llevaba a enormes sacrificios y sufrimientos!
Ya que, un pequeño trabajo ahora, ciertamente tendría el poderoso efecto de prevenir terribles consecuencias más adelante.
Pero, la mente del hombre es limitada, suele escoger el placer cercano aunque eso le traiga efectos espantosos en el futuro. Puesto que es más placentero el aquí y ahora, en vez de construir un más próspero y benéfico mañana.
Entonces, el hombre se desentendió de lo que estaba pasando. Se dejó llevar, para tener luego la justificación al echar culpas a su mujer.

Porque el ser humano detesta esforzarse, salir de su celdita mental; y detesta también asumir responsabilidad.
Son evidentes trampas del EGO (alias Ietzer haRá) para someternos y mantenernos bajo su dictadura. Porque nos obliga a continuar en impotencia, desentendernos de nuestro poder y potencial a realizar. En cambio nos debilita, nos empobrece, nos llena de miedos, nos puebla la imaginación de inseguridades, nos niega las chances de estar mejor si nos dedicamos a manifestar el bien que está a nuestro alcance.
Con la excusa de no sufrir, de no entrar en conflicto, de no privarse de placeres, de no ser un perdedor… con cualquier excusa, terminamos en la ruina, empobrecidos, miserables.
¿Se entiende que está en nosotros revertir este automatismo generalizado en nuestra especie?

Plantear metas a corto, mediano y largo plazo y ponernos de inmediato a realizarlas.
Permitir al plano espiritual orientarnos, al plano mental diagramar estrategias, al plano social vincularnos, al plano emocional llenarnos de energía y al plano físico realizar la obra.
De esta manera no solamente domesticaremos el deseo, haciéndolo aliado de nuestras victorias y deleites, sino que estaremos evitando dolor y derrotas.

Todo resumido en un sólo versículo sumamente poderoso.
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