El sentirse desdichado es efecto de la impotencia.
Sea ésta real, o solamente sentida, el producto inmediato es la sensación de tragedia, miseria, amargura.
La impotencia puede sobrevenir ante cataclismos inmensos como tsunamis que arrasan sin piedad y a mansalva,
o también por esa gotita pequeñita e imperceptible que nos atragante y hace poner de rodillas.
Es que,
¡somos tan limitados y tan expuestos a nuestra precariedad material!
Para peor, pareciera que nos acucia el vicio de girar en torno a lo que nos debilita.
Es como si encontráramos un extraño placer en rumiar las penurias, recordar las tragedias, atormentarnos con sentimientos de culpas,
buscar y rebuscar lo que está mal y daña,
regodearnos con el conflicto y los enojos,
llenarnos de envidia, rencor, ánimo de venganza,
¡hacernos el mal con la excusa de hacer lo que parece bueno!
Detrás de esta conducta desajustada, obviamente que está el EGO,
el cual se dispara automáticamente ante la impotencia,
sea ésta real o solamente vivida como tal.
Mientras sigamos tumbados por la insuficiencia,
el EGO mantendrá su liderazgo en nuestra apocada existencia.
Sin embargo, tenemos otros camino,
porque podemos orientarnos por la NESHAMÁ,
alumbranos con su LUZ.
Ésta nos llena de vitalidad y sentido,
nos da fortaleza hasta en la debilidad material.
Reconoce el error para enmendarlo y seguir adelante,
no para empantanarse en él.
Nos anima a construir SHALOM en todo momento,
con actos concretos (pensamiento/palabra/acción) de bondad Y justicia.
Podemos elegir la vida, o seguir atrapados por la celdita mental que es muerte.
De ti depende lo que escojas.