Hace un rato estaba en la sinagoga dando un pequeño dvar Torá con la idea de vincular lo siguiente:
- algún tema de la parashá (Vaielej),
- el aniversario civil de la guerra de Iom Kipur (6/10/1973),
- el tiempo especial en el que nos encontramos (aseret iemei teshuvá), y
- el recuerdo y honra por los difuntos a los cuales se estaba homenajeando en este día en nuestro templo; entre los cuales había varios héroes que cayeron en aquella guerra y un compañero de armas, (el querido Shemtov) estaba hoy aquí presente para honrarlos.
Entonces comencé recordando el aniversario civil y lo terrible del combate, tras lo cual mencioné un hecho histórico incorrecto.
De inmediato Shemtov así como otros me corrigieron.
Ellos habían sido testigos de los acontecimientos. Algunos los vivieron en carne propia, en Israel, en los frentes de batalla. Otros a lo lejos, atentos a las noticias, siendo memoria viva aunque no hubieran participado directamente de los eventos.
Yo insistí en mi error (sin decirles todavía que estaba haciéndolo adrede), explicando que lo había leído en Google, que la Internet traía esa información, etc.
Pero los testigos no se dejaron convencer por mi supuesta sapiencia, ellos eran TESTIGOS, ¿cómo podría yo refutar esa verdad con mis pobres conjeturas?
Entonces, confesé que era un error a propósito, un gatillo para desencadenar precisamente una respuesta parecida.
Quería que los que vivieron de primera mano la historia pudieran contarla, y pararse firmes contra las versiones infieles de la misma.
Es cierto que la historia es una narrativa, y no siempre es leal a los acontecimientos.
Pero, está en el relato que se pasa a conciencia entre las generaciones uno de los secretos que mantiene con vida y vigente al pueblo judío.
Lo nuestro no se basa en cuentos inventados, ni en mitos, ni en prepotencia delirante convertida en épica santificada; sino en la transmisión fidedigna, de padres a hijos, de maestros a discípulos.
Los que experimentaron los sucesos son los encargados de perpetuarlos en la memoria colectiva, que luego se encarga en sí misma de sostenerse en el tiempo y no ser barrida por ficciones, ni fricciones.
Ahí está, en nuestra parashá:
«cuando todo Israel venga para presentarse delante del Eterno tu Elohim en el lugar que él haya escogido, leerás esta Torá frente a todo Israel, a sus oídos.
Congrega al pueblo-los hombres, las mujeres, los niños y los forasteros que estén en tus ciudades-, para que oigan, y para que aprendan y reverencien al Eterno vuestro Elohim y cuiden de poner por obra todas las palabras de esta Torá.
Sus hijos que no la conocen la oirán y aprenderán»
(Devarim / Deuteronomio 31:11-13)
Justamente, con esto se demostraba fácticamente algo que trate de hacer entender a unas personas en el shiur de Kabbalah de hace un par de semanas atrás.
De la veracidad de la Torá, no por decreto divino, ni por enajenación mental, ni por creencia basada en fe; sino, en el esfuerzo y dedicación del pueblo judío por ser fieles al relato fiel.
Un mensaje que se transmite, se vivencia, repercute y no se deja cambiar por nada ni nadie.
No solamente inscrito en un texto, ni que duerme en armarios y bibliotecas. Más bien, está personificado en todos aquellos que se dedican a darle vida.
¿Entiendes?
Y así, tenemos el compromiso de recordar, por ejemplo la Shoá.
De ser los que toman la antorcha de los pocos sobrevivientes que van quedando, y no dejar de sostener la verdad, aunque el mundo oscurezca, aunque se quiera confundir, aunque se mienta.
Similar con todo lo que es parte, y entra a formarlo, de nuestra Tradición.
Depende de nosotros preservar la memoria, porque es ella componente basal de nuestra identidad.
Y esto lo vinculé con el recuerdo y honra por aquellos seres queridos que se estaba homenajeando; porque en la familia encontramos otro secreto de la eternidad de Israel.
Pero, suficiente mensaje por hoy.
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