Ya hemos explicado en numerosas ocasiones las extremas diferencias entre lo que se dice “fe” y lo que es EMUNÁ.
Además vimos las distinciones entre EMUNÁ y BITAJÓN.
Si estás interesado, puedes usar el buscador en este mismo sitio, o poner en google (u otro) “site:serjudio.com emuna fe bitajon”; por ejemplo.
Toda fe, sea ésta judía, noájica o de las creencias que son ajenas a la espiritualidad, siempre se fundan en lo emotivo e irracional; nunca en lo espiritual, ni en la razón, ni en la conciencia.
Uno quiere tener fe, entonces tiene fe.
Uno no se atreve preguntar con cordura y fineza, y por ello se abandona a la fe, que da todas las respuestas a quien no tiene verdaderas preguntas.
Uno tiene miedo, entonces se defiende con la coraza absurda de la fe, que todo lo puede y dice que te fortalece, cuando en verdad te hunde más en la miseria y el olvido de tu poder divino.
Uno se cree con derecho a tener como sirviente a Dios (o las deidades que uno adore, incluidas las ateas y las científicas), entonces le reclama, lo conjura, pacta con ese dios de su creencia y entonces se siente la calma, que es falsa, pero que se siente como si fuera calma.
Uno se siente impotente y en lugar de analizar la situación y activar en la medida de lo posible, se derrumba en la fe y el deseo de respuestas mágicas, quedando en mayor impotencia que antes pero mágicamente feliz.
La fe es un poderoso recurso para manipular a personas y colectivos, un arma de destrucción masiva y un buen negocio para los aprovechadores sin escrúpulos.
La fe atonta, debilita, entorpece, pero da ese extraño placer de la droga que va matando mientras brinda sensaciones eufóricas o al menos calmantes.
En nombre de la fe se aparta a la persona de la consciencia de Dios, se la abarrota de religiosidad, superstición y rituales agobiantes, provocando con ello un mayor malestar.
Debe quedarnos claro que la EMUNÁ en el Elohim no es un asunto emocional ni irracional, sino un proceso muy fino y complejo, que se vivencia de manera diferente por cada individuo.
Pero siempre requiere de un compromiso intelectual, por medio del cual se avanza de acuerdo a la medida de las propias posibilidades, hasta el punto extremo donde ya no nos quedan recursos. Finalmente allí se encuentra la EMUNÁ, en todo ese proceso intelectual, de refinamiento de las emociones, de compromiso y de acción, al que se suma el reconocimiento de que llegamos al límite de lo que es posible para nosotros pero aceptamos lo que está infinitamente por encima de nuestro ser.
Cada uno alcanzará su propio nivel de EMUNÁ, de acuerdo a su ser y circunstancias.
El intelectual, que no se arrodilla ante sus propias idolatrías (incluidas ciencia y ateísmo) podrá llegar a saber que es parte de una consciencia colectiva, una chispa de una mente infinita.
Podrá entonces estar confiado hasta en épocas de angustia tremenda, no por negar lo que sucede ni esperar mágicos sucesos que le cambien para bien la vida. Sino por estar seguro de que este breve lapso en el cual estamos en este mundo es solamente eso: un pasaje muy efímero. Importante, valioso, pero una mota de polvo en el infinito.
El menos intelectual, que tampoco esté esclavizado a doctrinas idolátricas, podrá a llegar a intuir esta grandiosa conexión, sentirse cobijado por ese Padre al que no siente lejano a pesar de su absoluta lejanía.
Ciertamente, poco y nada en común tiene la ruinosa fe con la majestuosa EMUNÁ.
Hoy en día, cuando la crisis está trastornando cimientos y arruinando confianzas, más que nunca precisamos destruir el veneno de la fe para destilar la salvación de la EMUNÁ.
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