Fue en el último día de la inauguración del Mishkán, el Santuario portatil que construyeron los israelitas en el desierto.
La alegría era inconmensurable, nunca habían vivido algo parecido, pues estaban inaugurando un santuario a la gloria del Rey de reyes y al esplendor de Su reinado.
Era una obra de sus manos, de su generosidad, de su laborioso esfuerzo.
Esta vez el evento armado por ellos, aunque siguieran un plan celestial y tuvieran los planos diseñados, la tarea fue toda de ellos.
No era pan del cielo, ni una apertura mágica del mar, ni tampoco la Ley de origen Divino lo que estaban celebrando, sino que ellos pudieron al fin hacer algo por sí mismos.
Ya no eran meros espectadores, o peor aún, pasivos receptores de los dones que se les entregaban a cambio de nada.
Por el contrario, esta vez tuvieron que hacer, y mucho.
Pues, si cada uno no hacía su parte, entonces la cosa no marchaba.
Es como cuando el niño por primera vez consigue hacer algo por sí mismo, aunque esté siendo supervisado por la madre, ahora ésta es su obra.
La demostración de su poder, y no la de otros.
Bueno, eso pasó al momento de construir el Santuario y ahora lo estaban inaugurando, con esa alegría propia de aquel que sabe que tiene algo de poder.
Pero en una trágica secuencia anticlimática, la celebración se desgració.
Dos de los cuatro hijos de Aharon, los mayores Nadav y Avihu, entraron a zona prohibida para ellos en el Santuario, fueron al Lugar Santísimo y ofrecieron incienso al Eterno, cosa que no había sido ordenada ni solicitada por Él.
Ellos asumieron que podían seguir de largo con esto de demostrar el poder de los hijos, ofrendando un incienso extraño, que no seguía la receta dictada por Dios, en un momento y lugar que ellos decidieron y no fue decidido por Dios.
Entonces, «un fuego salió de delante de Hashem y los consumió y murieron ante Hashem’ (Vaikrá/Levítico 10: 1-2).
¿Enseñanzas de esto?
Hay miles, pero nos quedaremos con una por ahora.
Aprender a encontrar nuestros límites y respetarlos, es una cuestión fundamental.
Para no traspasar a zonas prohibidas y que nos ponen en situación de riesgo, para nosotros y/o para otros.
Para no quedarnos a mitad de camino, suponiendo que hemos llegado al límite cuando en verdad aún no lo hemos hecho.
¿Se te ocurre alguna otra enseñanza?
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