Por alguna razón, que no analizaremos ahora, en determinada época se decidió que un pueblo era grande de acuerdo a la altura de sus edificaciones.
Entonces se comenzó una carrera por construir las catedrales más inmensas y altas, las pirámides más ostentosas, los antros religiosos en las cumbres más empinadas, los palacios de los dictadores más soberbios, y por el estilo.
Se pretendía demostrar por los hechos arquitectónicos el alcance de ese pueblo, como si la altura de sus tejados fuera demostración de verdadero poder.
De hecho, en una época hasta las iglesias debían ser las construcciones más elevadas de la zona, o alguien sería castigado. Esto determinó incluso como eran construidas las sinagogas en cierta época y lugar, tomando en consideración los deseos de los amos cristianos, para que no cayeran terribles castigos sobre la población judía.
Lo cierto es que la grandeza de un pueblo no se mide por la altura de sus edificaciones, ni por el número de los muertos del enemigo en sus guerras, sino por el grado de consciencia espiritual de sus pobladores.
Que mundo tan liliputiense nos está tocando vivir….
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