El mundo estaría más cercano al Paraíso terrenal si cada uno actuara de forma bondadosa y sin esperar nada a cambio de los demás como pago.
Suena fácil de decir, pero luego no es tan sencillo porque nos cuesta convencer al EGO de que gana más siendo generoso que aferrándose al egoísmo.
De hecho, el EGO no se convence de ninguna manera, porque el EGO no piensa, ya que es un conglomerado de funciones instintivas y conductas aprendidas que se han automatizado. El EGO no razona, porque no es una persona o un ángel, sino la base reactiva ante la impotencia de nuestro ser.
Por tanto, ahí estará el EGO, como nuestro amo o a veces domesticado, pero siempre pulsando para rechazar reactivamente la impotencia, sea que ésta exista o solamente se encuentre en nuestra imaginación.
Nos hará poner de mal humor, o sentir miedo, pero no nos pondrá a razonar y reflexionar.
Nos llevará a reaccionar de inmediato con llantos, gritos o pataleos, o quizás a manipular y encontrar formas subversivas para dominar.
Nos hará salir corriendo para escondernos, o buscar hacer trampas, pero no aportará al diálogo sincero y la comunión.
Y lo peor de todo es que no lo hace por maldad, sino porque así es naturalmente el EGO. Genera el caos, destruye, corrompe, perturba, enferma, agobia, estresa, derrocha energía, demuele y ni siquiera quiere todo eso. Solamente reacciona, automáticamente, insensiblemente, irracionalmente, para evitar sentir impotencia.
Pero, cuando somos bondadosos, genuinamente generosos, estamos manifestando poder, es decir, estamos demostrando que no somos víctimas de la impotencia. Al mismo tiempo brindamos beneficios prácticos a otra persona, lo cual puede redundar en un sentimiento de misión cumplida.
La satisfacción es un gran pago que recibimos, aunque no pretendamos ninguna ganancia de nuestro acto bondadoso.
No precisamos gastar dinero, ni grandes acciones, porque también en las cosas sencillas y gratuitas está la recompensa (no esperada, pero bienvenida): sostener una puerta para que la vecina cargada pase, dejar que el otro conductor pase primero porque se lo ve estresado, llevar galletas caseras al trabajo, dar un cumplido auténtico desde el corazón y un abrazo, decirnos cuánto los amamos, donar comida a los necesitados, sorprender a un amigo con un pequeño regalo, agradecer por la presencia y más.
Todo lo que envíes, recibirás.
Pero ten presente de no ahogar al otro con tu bondad, porque hay un pequeño paso entre lo que haces por otro para beneficiarlo y lo que haces para ti para someterlo.
Que el otro no se sienta inútil, que no sea avergonzado, que colabore.
Es por ello que jamás debemos olvidar que el contrapeso de la bondad es la justicia, de no excedernos para no agotarnos y quedar impotentes, y que no asfixiemos al otro con nuestra aparente solidaridad.
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