La maravillosa simpleza del poder

Al reflexionar tomando como eje la festividad de Januca, fue brotando este texto que comparto contigo ahora.¡Qué difícil resulta comunicarse cuando perdemos de vista el mensaje esencial y nos vamos por las ramas con narrativas irrelevantes, palabrería inútil, dar vueltas y vueltas sin llegar a nada en concreto!
Estaríamos mucho mejor si pudiéramos expresar lo que tenemos en mente de forma sencilla, directa, concisa.
Para no abusar del tiempo del que nos escucha, ni tampoco obligarlo a girar sin sentido alrededor de detalles y vericuetos que no aportan ni suman.
También despejaría un poco nuestro caos mental, permitiendo colocar cada cosa en algún sitio destacable y entonces hacer buen uso de nuestros recursos.
Enfocarnos en lo que tenemos dentro y pretendemos comunicar.
Buscar las palabras más sencillas y adecuadas posibles.
Entonces decirlo, con frescura y apertura.

Pero esto que parece tan fácil de decir, resulta para muchos terriblemente difícil de lograr.
Porque sus mentes siguen secuestradas por sus emociones.
Porque están escapando de tomar conciencia de cuestiones que intuyen les harán sufrir.
Porque no quieren hacerse cargo y ser responsables de sus decisiones, entonces resulta mejor disfrazarse todo el tiempo.
Porque no tienen un orden mental que les habilite a tener paz y calma en el alma.
Porque siguen desconectados de su esencia espiritual y por tanto apegados a falsas imágenes de sí mismos y del entorno.
Porque sus Sistemas de Creencias gobiernan sin ser cuestionados, ni se echa luz en ninguno de sus dogmas para posibilitar el pensamiento y no la mera repetición de mandatos.
Porque lo superfluo les vale lo mismo que lo trascendente, algo tan de moda en nuestra sociedad. Donde todos opinan de todo y da lo mismo el inculto e inepto que el maestro y entrenado, porque se confunde libertad de expresión con el real valor de lo que es expresado. Porque se tiende a sobrevalorar la opinión, ya que manifiesta los “sagrados derechos de la persona” por encima del conocimiento, de las evidencias, de la verdad.

Entonces, no es de extrañar que se sobreactúen mensajes inconexos.
Que nos transmitamos palabrería tóxica, que nos envenena, nos confunde, nos invade e invalida.
Que se hable y hable y digan montón de sandeces, o se las tuiteen, o se las publique en tal o cual red social, o se corra la bola por mensajería, para mantenernos solos, angustiados, narcotizados y en oscuridad de nosotros mismos.
Se repiten las mentiras mil veces, hasta que se sienten como verdaderas.
Se abusa del lenguaje de muchas maneras, entre otras llenando los oídos de los que nos escuchan con cualquier cosa poco valiosa.
Nos apegamos a tonterías y con ello nos vamos engrosando las arterías, vamos sufriendo de estrés, nos enojamos, nos entontecemos, nos adormecemos la conciencia, nos vamos agrediendo…
Palabras y más palabras para no decir nada.
Para violentarnos, para perdernos, para no comunicarnos.

El parloteo, así como la acción desordenada, y el griterío sin motivo práctico solo ponen en evidencia el caos interno.
Nos llenamos de vacío para no sentir eso que nos hace temer, para tratar de callar las voces negativas internas, para escapar del vacío y las frustraciones.
Cuando no está en la huida la solución.

Sino en poner orden y expresarlo con pulcritud.
Asumir los defectos, corregir lo que se puede, fluir con lo que no tiene solución, dejar que entre la LUZ y corra los velos del EGO.

Ser simples, ser concretos, ser portadores de luz y no de oscuridad.

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