Dos tradiciones de hijos y preguntas se unieron en la HAGADÁ, el ma nishtaná y el párrafo los cuatro hijos.
En ello encontramos uno de los secretos de la familia judía: el preguntar para ahondar en el conocimiento, para aproximarse hasta donde podamos en la búsqueda de la Verdad.
Mira tú el mundo de los idólatras, que los hay tanto politeístas como monoteístas, e incluso ateístas.
En ese mundo, los dioses son fijos, tal como los dogmas.
Es lo que es, no hay cambios.
Las preguntas deben estar dentro del sistema, no amenazarlo, mucho menos quebrarlo.
Aquello que es sospechado de pretender algún cambio, rápidamente es silenciado, extirpado, expulsado, eliminado, ocultado u obligado a asimilarse hasta hacer desaparecer la duda que genera la sana innovación.
Ahí tienes una explicación de lo que le ha ocurrido a la familia judía desde su inicio y hasta nuestros días. Se nos persigue, calla, mata, echa, disimula, fagocita, atormenta, asimila porque el judaísmo lleva en sí la semilla y el impulso de la sana transmutación. Esa que incomoda. Esa que obliga al EGO a reaccionar por sentirse impotente. Esa que busca permanentemente a Dios, que no tiene definición, que no es estático, que no es estatua, que no es materia y forma, que no tiene “vida” ni muere.
En el judaísmo se pregunta, para conocer, pero también para avanzar sobre caminos novedosos, sin pausa casi.
Y eso incomoda grandemente al EGO y sus zonitas de confort, entre las que se encuentra, por supuesto, la religión, en cualquiera de sus variantes (incluida la atea).
Por tanto, aprendamos a preguntar, verdaderas preguntas.
Entendamos que la libertad comienza con una pregunta, con quebrar los límites de las creencias que limitan injustamente.
Para ello tenemos PESAJ y sus variadas costumbres y símbolos.
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