Dos paisanos se encuentran en un café en Las Vegas.
– ¡Vicente! ¿Qué estás haciendo aquí, tan lejos de casa?
– ¡José! ¡Lo mismo digo! Mira que chico que es el mundo.
– Yo vine a las ferias de comercio.
– Pues igual yo.
– ¿Y cómo te fue? ¿Cerraste algún negocio?
– Pues claro hombre, ¡17! Ni más, ni menos.
– Opa, muy bien. Te felicito. Yo por mi parte confirme 26 tratos. Ambos tuvimos una excelente experiencia entonces. Me alegro mucho.
– Sí, cierto. Es algo muy bueno. Ya que estamos aquí, ¿qué tal si entramos a algún casino? Yo nunca fui a uno y sería una lástima perder la oportunidad de ver esto.
– No sé… bueno, ok. Vamos, a ver qué podemos aprender y hasta quizás nos llevemos unos cuantos dolaritos para el pago.
Entran, deambulan de un lado para el otro hasta que llegan a las mesas de la ruleta. Ven como fichas van y vienen.
– Ey Vicente, ¿tienes idea de cómo se juega?
– La verdad que no, pero no debe tener mucha ciencia. La gente pone fichas en esos rectángulos y si ganan, algo se llevan. No tengo idea de cómo es el funcionamiento, pero los que manejan acá lo deben saber. ¿Vamos a apostar algunas fichitas?
– Me parece una idea genial. Vamos…
Luego de pasar por la caja se paran junto a la mesa.
– Ey, Vicente, ¿a qué número le jugamos?
– No tengo idea… ¿qué te parece si cada uno pone en el número de los negocios que cerramos en este viaje? Tuvimos tanta fortuna con ellos que tal vez la dupliquemos aquí. ¿Te parece?
– ¡Claro! Es brillante. ¡Probemos!
Entonces, uno pone sus fichas en el 17, el otro en el 26 y la rueda comienza a girar, la bola se marea hasta que por fin cae… el crupier grita:
– ¡Cero!
Los muchachos pierden todo lo apostado, mientras se mira el uno al otro y de a poco van sonriendo.
Finalmente rompen en carcajadas los dos.
– Ey Vicente, si nos hubiéramos dicho la verdad en cuanto al número de ventas, seguramente hubiéramos hecho algún dinerillo para llevar a casa.
– Ay, así es José, así es…
En la parashá la gente se reúne en torno a un líder carismático, a la par que despótico.
Nimrod los comanda y aglutina, llevándolos por donde él quiere, para su gloria y ventaja.
Una de sus estrategias es decir a cada uno lo que cada uno quiere escuchar, sin por ello dejar de ser él quien comanda.
Entonces, cuando se le ocurrió de levantar una enorme torre, la que luego conoceríamos como “de Babel”, a un grupo le dijo que con ello estarían organizando una sociedad unida y sólida; a otros les aseguró que con la torre lograrían llevar la prosperidad para todos por igual: a otros les prometió que de haber una nueva catástrofe, como la del Diluvio relatado en la misma parashá, encontrarían refugio allí; a aquellos les aseguro que con esta construcción alcanzarían el renombre y el poderío; a los de más allá les confió que con la torre alcanzarían a Dios, el que mora en las alturas, y lo destronarían; a aquellos otros los tenía amasijados y adictos con sus consignas demagógicas y así con todos y cada uno.
Pero finalmente, la torre construida sobre cimentos de mentira se derrumbó y cada uno fue trastornado por el fracaso, de acuerdo a la trampa que se había encargado de tejer junto a Nimrod.
Es bueno que tengamos en mente la adhesión a la verdad, pues con ella estamos en la senda del SHALOM.