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Si no tienes metas en tu vida, ¿cómo esperas avanzar hacia algún lado?
¿Con qué evaluarás si has recorrido algún trayecto y la bondad del mismo?
¿Cómo te darás cuenta de que eres exitoso, o un fracasado?
¿Hacia dónde te encaminarás?
¿Qué recursos emplearás y cuáles guardarás para ser usados a su debido tiempo?
¿Qué te indicará que es tiempo para descansar, o para hacer un cambio de rumbo?
Sin metas es como estar en un barco, surcando el océano pero sin rumbo determinado.
Te da lo mismo si vas para acá o para allá.
Si visitas éste o aquel lugar.
Si llevas recorrido tanto o ni siquiera te has movido.
De cierta manera uno podría sentirse libre del estrés de estar cumpliendo con un programa, rindiendo cuentas por las acciones. Esto puede dar la impresión de algún beneficio, porque esa presunta falta de obligaciones puede presentarse como placentera. Pero en verdad, es condenarse a una tremenda esclavitud: la de llevar una vida sin sentido.
Cuando todo da lo mismo, cuando nada importa, cuando no se busca alcanzar ningún objetivo, cuando no se evalúan las acciones, porque no hay patrón de medida, entonces la persona se sumerge, más pronto que tarde, en un océano de angustia. La impotencia va corroyendo los cimientos y toda la existencia se va desmoronando.
Sí, es posible fingir que se la está pasando bien, que la vagancia es saludable, que la inacción es alegre y que vivir de prestado es cómodo. Pero es solo ficción.
Pero además, estamos dependiendo de otros, de alguien que tenga más claro la meta y nos controle.
Nos volvemos sumisos, pero ardemos de rebelión.
Queremos seguir recibiendo de arriba la satisfacción, pero cada día nos cuesta más.
Luchamos en sueños por ser libres, pero no hacemos nada para lograrlo, porque da todo lo mismo, ya que no hay un puerto al cual llegar.
Ahora, la pregunta básica es si sabes realmente proponer metas en tu vida y cómo lograrlas.
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