Uno de los relatos más famosos de la humanidad lo encontramos en la parashá Vaishlaj, cuando el patriarca Iaacov pelea con un ángel. Como resultado de esa contienda, el patriarca es bendecido y recibe un nuevo nombre, que refleja con más claridad su nueva personalidad: ISRAEL.
Pasó de ser una persona con tendencias muy dominadas por el EGO a una persona con predominancia espiritual.
No fue un trabajo sencillo, no ocurrió por milagro, ni tenía el patriarca una predisposición mágica que le ayudó a conseguir su transformación personal; lo cual convierte a este hecho en un impresionante logro, uno que merece todo el elogio y mérito y que además nos sirve a nosotros para tomarlo como ejemplo. Ya que, si el patriarca hubiera alcanzado su metamorfosis de esclavo del EGO a poderoso espiritual por obra divina, sin ningún esfuerzo, entonces no tendría ningún valor ni mérito. Sería no más que la “gracia divina”, un regalo por el cual no se ha sacrificado nada ni se ha desarrollado ninguna cualidad. Pero, como el patriarca debió luchar con todas sus fuerzas, realmente dar una batalla dolorosa e impresionante, entonces el positivo resultado solamente destaca su poder y lo realza.
Es, por tanto, este pasaje de la Torá muy significativo para todos aquellos que queremos despegarnos de nuestro Yo Vivido acostumbrado al EGO y modificarlo para que esté en perfecta sintonía con nuestro Yo Esencial. Es decir, que nuestra personalidad refleje a nuestra espiritualidad, que nuestra espiritualidad se vea reflejada en nuestra forma de estar en el mundo.
Cada día debemos dar nosotros esta lucha, imponernos sobre nuestra tendencia oscura y despegarnos del EGO para abrazar más nuestra personalidad infinita.
Como una gran ayuda al respecto, ten en mente el siguiente pasaje en el relato de la lucha de Iaacov con el ángel, cuando el patriarca le dice:
«No te dejaré, si no me bendices»
(Bereshit/Génesis 32:27)
No alcanzó con los golpes que se estaban dando, trenzarse en pelea física, ni estar ideando estrategias para derrotarlo, sino que tuvo que hablar como forma de lograr el éxito. Pero no cualquier habla, si lo analizas descubres que está reclamando que le bendiga, es decir, que “bien diga”.
El hablar bien es fundamental.
Esto ni significa ser experto en decir discursos, o tener un gran caudal de vocablos y arte para unirlos en frases vibrantes. Si no usar el habla para el bien, hablar positivamente.
Atiende la enseñanza en el más profundo y poderoso de los poemas:
… נַפְשִׁי יָצְאָה בְדַבְּרוֹ …
«…Se me salía el alma, cuando él hablaba…»
(Shir HaSHirim/Cantar de los Cantares 5:6)
Salirse el alma con las palabras.
Es decir, el poder de la palabra para movilizar la energía emocional y anímica.
Tener la capacidad para afectar, para bien y para mal, por medio de la expresividad.
Las palabras irradian energía que manifiestan siempre parte de nuestra personalidad.
Cuando hablamos desde la negatividad, estamos contagiando oscuridad al entorno y enfocando nuestra mente hacia lo negativo.
Pero, si nuestras palabras son de luz, el efecto será alumbrar nuestra vecindad y dejar que la mente apunte a descubrir más motivos para estar bien.
Por tanto, es importantísimo llenar nuestro discurso de cosas positivas, no porque eso obligará al universo a darnos lo que queremos, sino porque nos rodeara de luminosidad, provocará reacciones positivas en el vecindario, fortificará nuestra mente, llenará nuestra alma de calma.
Imagínate una situación que se presenta problemática y tienes al lado a un quejoso, que solamente se lamenta, echa culpas, justifica la torpeza, insulta, o cosas por el estilo.
Y al otro lado tienes a la persona que afronta las situaciones con realismo, desde el poder, con aceptación de las dificultades, que apuesta por mejorar y construir.
¿Cuál de los dos te genera una energía más dulce y que mueve a la superación?
Entonces, palabras positivas, en mente positiva, con acciones positivas. El resultado será positivo.
Y si fuera la negatividad tu sintonía, entonces no esperes positividad.
Di palabras de bendición, repite párrafos de alabanza sincera, haz del sano positivismo un compañero constante de tu boca. Agradece, elogia, estimula con tu palabra al que anda cabizbajo y con dudas.
Rechaza de tu lenguaje lo que afea, lo que empobrece la imaginación, lo que altera negativamente, lo que llena de miedo e impotencia.
Como el inspirado salmista nos enseña:
«¿Quién es el hombre que desea vida? ¿Quién anhela años para ver el bien?
Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño.
Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela.»
(Tehilim/Salmos 34:13-15)
Por tanto, lucha contra tu parte negativa haciendo lo que es positivo. Hablando lo que es poderoso. Pensando, realmente pensando y no meramente repitiendo creencias, con pensamientos de luz.
Haciendo de esta manera al poco rato estaremos comprobando que los ángeles enemistados pasan a ser aliados, que los problemas se mitigan, que el dolor se acalla, que la confianza crece.
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