Permiso para equivocarte, obligación de corregirte

Cuando el Creador nos hizo aparecer en este mundo no esperaba que fuéramos perfectos.
El único que es perfecto es el Creador.
Nada, nadie, nunca alcanza esa plenitud infinita y absolutamente libre de imperfecciones; solamente el Eterno.

Nosotros, sin embargo, somos víctimas de la multitud de nuestras limitaciones.
A cada rato estamos por tropezar, y a veces nos sucede.
El error está a la puerta, esperando que la abramos para que entre a nuestra vida.
Todo tipo de desgracias y malestares penden sobre nuestra cabeza para apresarnos y aquejarnos.

Así es la vida que el Creador diseño para nosotros, llena de hermosura y también de imperfecciones.
Saberlo, asumirlo y con esto en cuenta es que debemos hacer nuestra mejor parte, la que nos corresponde hacer.
Porque no es a través de desear magia que las cosas buenas suceden.
Ni tampoco el milagro no está esperando a la vuelta de la esquina.

No es a través de la queja estéril que lograremos avanzar por la senda del perfeccionamiento, que es inagotable.
Ni tampoco abandonando la acción, dejándonos caer en impotencia dentro de nuestra oscura celdita mental.
Por el contrario, tenemos el deber de corregir lo que podemos enderezar.
A eso nos obliga nuestro Padre Celestial, que nos ordena y alienta a que vayamos construyendo la mejor versión posible de nosotros mismos, a cada rato.
Pero ese también es nuestro derecho, por Voluntad Divina.
Es el privilegio de no sumergirnos en la angustia de la impotencia, porque el Amor del Padre nos sostiene e impulsa a crecer.

Así pues, Él nos dio el permiso de equivocarnos, hasta incluso de hacer cosas malas adrede.
Por algo nos regaló el don maravilloso del libre albedrío (capacidad de escoger realmente entre hacer lo bueno o hacer lo malo).
Pero también por algo somos NESHAMÁ (espíritu, chispa de Dios, Yo Esencial) que impone que vivamos de acuerdo al código ético/espiritual; por lo que nuestro ser anhela que cumplamos los mandamientos de Dios (7 para los gentiles, 613 para el pueblo judío).

Aprovecha toda oportunidad posible para la TESHUVÁ, es decir, para retornar a la buena senda y mejor aún, para escalar en tu superación personal rumbo al Perfecto.

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