Preferible cien muertes a un celo

El Midrash (Devarim Raba 9:5) nos cuenta lo siguiente que Moshé a cómo dé lugar quería entrar a la tierra de Israel. Estaba dispuesto a dejar el liderazgo, que fuera Iehoshúa, su discípulo y asistente, el líder. Mientras él estaría a un lado, jubilado de toda actividad comunitaria, apartado de las decisiones, remiso a ser tomado como dirigente. Simplemente sería uno más del pueblo, con tal de alcanzar su sueño e ingresar a la Tierra de Promisión, y allí morar hasta el fin de sus días.
El Eterno le dijo que estaría bien, que por Su parte podía admitir que eso sucediera, siempre y cuando realmente Moshé pudiera asumir el papel del alumno de su alumno; por lo cual le dijo que así hiciera, que durante toda una jornada se comportara como el asistente de Josué, y si pasaba esa prueba, entonces sería posible que entrara a la Tierra de Israel.
Moshé fue donde Josué y éste se asustó, pues no comprendía qué pasaba. ¿Por qué su maestro había venido ahora a su casa?
Moshé le dijo a Josué: “Maestro, le sigo», y caminó a la izquierda de Josué, porque así era la costumbre. El alumno a la izquierda, el maestro a la derecha.
Caminaron hasta el tabernáculo, ingresaron hasta donde reposaba el Arca de la Alianza, sobre la cual destellaba la Divina Presencia.
Ahí era el lugar donde frecuentemente el Eterno revelaba Su mensaje al profeta, a Moshé.
Entonces una nube que descendió los separó, y la profecía vino hacia Josué y no a Moshé.
Al elevarse la nube Moshé preguntó a Josué qué le había revelado el Creador.
Iehoshúa dijo: «¿Acaso alguna vez yo te pregunté qué te había revelado Dios a ti? Fue a mí la revelación, no a ti».
Entonces Moshé gritó: “Mea mitot veló kiná ajat – prefiero morir cien veces a sentir celos una sola vez«.
Tácitamente había admitido Moshé la imposibilidad de asumirse en el rol del alumno, no ser capaz de cambiar su lugar con su discípulo; por tanto, había fracaso en esa prueba y no entraría a la Tierra de Israel.

Moshé, según dictamen de la Torá (Bemidbar 12:3), era el más humilde entre los seres humanos.
Esto significa, la persona con mejor autoestima.
Que sabía valorarse sin añadir pero tampoco sin restar a su valor.
Que era capaz de admitir sus fracasos sin atormentarse, y disfrutar sus éxitos sin agobiarse.
Un hombre pleno, equilibrado, armonioso.
Lo que le habilitó para ser el único en mantener diálogos directos con la Divinidad, en lugar de caer en sopor o profetizar entre convulsiones.
Un hombre de estatura psicológica elevadísima, por tanto sincronizado con su Yo Esencial (NESHAMÁ, espíritu, chispa de Dios).
Ese era Moshé, dispuesto a ser sumiso y segundón de su alumno, con tal de poder ingresar a la Tierra de Santidad y completar así su ciclo de vida.

Sin embargo, el celo no quedó totalmente eliminado.
Aunque fuera una chispa de celo positivo, la kinat sofrim, era una presencia perturbadora y problemática.
Antes de continuar, expliquemos muy brevemente qué la kinat sofrim.
Cuando vemos a una persona que se conduce de acuerdo al código ético/espiritual y despierta en nosotros el deseo de parecernos a ella, eso es el celo positivo.
Cuando nos damos cuenta de que la persona cada día hace su trabajo para seguir creciendo, que no se deja estar, que no se excusa en su zonita de confort, que se propone cambiar para bien y para mejor; y nosotros queremos copiar su conducta, aprender su estilo sagrado de vida, eso mismo es el celo positivo.
No queremos la posesión del otro, ni nos enojamos por su éxito, ni deseamos su fracaso para de alguna manera sentirnos superiores.
No nos enfermamos deseando lo del otro, no corrompemos nuestra alma detrás de la pasión oscura.
Sino que nos sentimos atraídos por su luz y queremos también experimentar esa conexión, eso es kinat sofrim.
A todas luces es un elemento favorecedor, porque funciona como un banderín de llegada en una carrera de mejoramiento, de crecimiento.

Y sin embargo, Moshé se sintió devastado por sentir este anhelo en su interior.
No pudo tolerar que estuviera en retroceso, ya que hasta ayer era él quien recibía el mensaje del Altísimo, y ahora sería su alumno quien lo haría.
Eso implicaba que por el resto de su vida estaría celando a Josué y Moshé sabía que ese celo podía transformarse en negativo y llevarlo a desbarrancarse.
Entonces, haciendo gala de su magnífica humildad, es que exclamó lo que leímos unas líneas más arriba.

Era la constatación de que había llegado al tope de su capacidad, al límite máximo que cualquier ser humano puede llegar.
Y él sabía que estamos en este mundo para crecer, para perfeccionar y que cuando nos parece que llegamos a una meseta y no subimos ni bajamos, en realidad hemos comenzado el declive.
Y eso era inaceptable para Moshé.

Prefería la muerte a la zonita de confort, porque aprisionarse a ella ya es una muerte en vida.
Escogía partir de este mundo a andar justificando su no crecimiento.
Porque en principio no le molestaba el hecho de ser segundón de su asistente, pero quizás pasado mañana sí aparecería algún resquemor que se iría agrandando y con ello degradando su existencia y las relaciones con su entorno.

Lejos estamos nosotros de llegar al máximo de nuestro potencial de crecimiento, pero estamos en riesgo a diario de sentir que ya no podemos crecer más y con ello comenzar el deterioro.
Quizás la lección que nos da este midrash es que no nos quedemos en nuestra celdita mental, sino que cada día demos un pasito fuera de ella. Ampliemos nuestra conciencia, agrandemos nuestra área de influencia, no nos demos por satisfechos aunque sí hemos de estar felices con la porción de hoy y agradecerla.

No hay edad ni condición que impida que cada día mejoremos un poco.
Nunca seremos demasiado viejos para crecer, para aprender algo.

En la parashá Vaielej encontramos el siguiente pasaje:

«Pero si tu corazón se aparta y no obedeces; si te dejas arrastrar a inclinarte ante dioses ajenos y les rindes culto, yo os declaro hoy que de cierto pereceréis. No prolongaréis vuestros días en la tierra a la cual, cruzando el Jordán, entraréis para tomarla en posesión.»
(Devarim/Deuteronomio 30:17-18)

Todos los dioses ajenos son invención del EGO, también conocido como Ietzer haRá.
Están los dioses de la idolatría, tales como el sol, las estrellas, el fuego, y el resto de las deidades que adoraban los antiguos.
Pero también están esos dioses que anidan en nuestro corazón y nos llevan por caminos erróneos, tales como pasiones negativas, orgullo, ira, envidia y también el celo.
Tengamos entonces mucho cuidado para que nuestro corazón no se aparte y se derrumbe detrás de esas falsas deidades.

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