En épocas antiguas conocían recipientes de metal, de arcilla, de cuero y de vidrio.
Éstos fueron usados para cuestiones prácticas, para decoración, como objetos simbólicos y también para representar ideas.
El recipiente, aquel que está hueco y recibe de fuera, de una fuente de entrega.
El contenido, aquello que no forma parte de la vasija, pero la ocupa, adopta su forma y le da sentido de existencia.
¿Se entiende?
Cada manifestando su realidad de diferente forma, dando una presencia diversa al contenido también.
De metal es duro, frío, opaco, resistente a golpes, elaborado con gran esfuerzo y fuerte fuego.
De arcilla que es duro, pero no tan resistente, opaco también, elaborado con artesana dedicación, que al quebrarse ya no puede rehacerse sino terminar de romperse.
De vidrio, con más o menos transparencia, delicadeza, fina belleza, que si se parte podría repararse o reutilizar sus componentes en elaborar un nuevo receptáculo.
De cuero, para el cual algún ser vivo cedió su vida y materia, generalmente flexible, también opaco, capaz de ser emparchado.
Con ellos podemos simbolizar algunas de las dimensiones del ser humano, así como darnos cuenta del grado de conciencia en el cual nos encontramos desde cada uno de esos planos.
Prestemos atención a parte de la narrativa de los humanos en el Huerto del Edén y aprendamos de nuestro ser y estar.
«Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban.»
(Bereshit / Génesis 2:25)
Ellos estaban en un estado de realidad, en una conciencia, que les permitía enfocarse en la NESHAMÁ.
Cual si fueran vasijas de cristal a través del cual se vislumbra el contenido.
Percibían la LUZ, conscientes de la unidad de la creación con el Creador.
Para ellos el Bien era una certeza y sin embargo no eran humillados por ser receptores de la Bondad, ya que cumplían su parte, aquella para la que fueron destinados en el Huerto.
En sintonía con el mandato divino que explicitó:
«Tomó, pues, el Eterno Elohim al humano y lo puso en el jardín de Edén, para que lo trabajase y lo guardase.»
(Bereshit / Génesis 2:15)
En eso pasaba su vida el Hombre, a sabiendas de la Presencia, en coherencia consigo mismo, el cosmos y el Creador.
Una vida de contemplación activa.
Desnudo, como el cristal desnuda la esencia de lo que contiene.
Pero, el mal es una necesidad en el perfeccionamiento de la creación, así como en la adquisición de mayor placer.
Por tanto, el Hombre debía confrontar con la otra perspectiva, la que ofuscaba la LUZ.
Así a la entidad femenina del Hombre le nació el deseo egoísta, narrado como la tentación del serpiente:
«Es que Elohim sabe que el día que comáis de él, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como Elohim, conocedores del bien y mal.»
(Bereshit / Génesis 3:5)
¿Qué estaba ofreciendo en última instancia el serpiente?
¡Mayor placer!
Era una promesa de poder, en parte por adquirir una experiencia placentera a partir de conocer el mal y diferenciarlo del bien.
El Hombre podría escoger y por tanto ser meritorio del gozo que recibía, ya no solamente obtenerlo por merced divina.
Ya no solamente por hacer lo que debía, sino por realizarlo a pesar de no querer hacerlo, o de dudar en su efectividad, o lo que fuera que propusiera el EGO para apartarlo del Bien.
Serían como Elohim, aquel que todo da y no depende y no se subyaga para recibir. Al menos esa era la fantasía.
Al comer de lo que tenían prohibido, del árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, su vasija ya no sería trasparente sino opaca.
La realidad de la NESHAMÁ se ofuscaría, ahora podrían dudar del Bien, de la Presencia.
Habría una distancia y una interrupción que estorbaría la percepción de la unidad esencial.
Estarían morando dentro de un envase de barro, duro, rugoso, frágil a pesar de su fortaleza. Uno que se quiebra y enferma, o fallece.
Es así que se cumpliría:
«del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente morirás.'»
(Bereshit / Génesis 2:17)
Así sería realmente.
Una muerte a su estado de vasija de cristal, la cual quedaría oculta en su interior, enturbiada por otras voces, sombres, reflejos, creencias, instintos, etc.
Una muerte a la contemplación extática del Bien.
Una muerte a su vivencia del Huerto de Edén, para pasar a una realidad más trabajosa, bochornosa, riesgosa, dura, la de este mundo.
La muerte que posibilitaría una vida para luego elevarse a un mayor nivel de perfeccionamiento en el gozo del placer.
Y sí, eventualmente la muerte de la vasija.
Entonces, comieron:
«Y fueron abiertos los ojos de ambos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron ceñidores.»
(Bereshit / Génesis 3:7)
No es la misma desnudez que antes, aquella que era propia de la vasija de cristal y dejaba ver la NESHAMÁ; ahora era la desnudez del cuerpo, de lo limitado que somos, de nuestra infinita debilidad, de nuestra impotencia. Ahora estaban expuestos, no por estar sus genitales al aire, sino por estar ello a la intemperie y sin mucho para alzarse con poder. La desnudez de la vasija pobretona, que contiene el rico contenido pero que está oculto y es ignorado.
La desnudez que avergüenza, porque ahora el mal es una presencia sentida. Se personifica en la falta, en la impotencia.
Ahora hay que competir, luchar, ser mejor, doblegar, recurrir a todo tipo de recursos para obtener el gozo. Al final, si el camino es noble el beneficio obtenido multiplica el placer pasivo de ser solamente receptor, una mera vasija de cristal. Pero mientras tanto, la vasija de barro es golpeada, y sufre.
Por ello debían encontrar cosas que les taparan, que les dieran seguridad, que les dieran sentido de pertenencia y poder.
Y sin embargo:
«Él respondió: -Oí Tu voz en el jardín y tuve miedo, porque estaba desnudo. Por eso me escondí.»
(Bereshit / Génesis 3:10)
Toda obra del hombre finalmente no logra cambiar la realidad, está desnudo, es impotente. En su momento la impotencia se manifestará.
Lo cual hace que el hombre se esconda, huya, prefiera cambiar de sintonía en lugar de hacerse cargo de la realidad y superarla por medio de acciones de Bien y Justicia, es decir, construyendo SHALOM.
Porque, si el hombre hubiese optado en aquel momento por la construcción de SHALOM, obrado con Bien y Justicia… ¿hubiese recibido la justa retribución que obtuvo por su pecado?
Pero, el hombre siguió por el recién iniciado camino del EGO, se escondió, y así:
«Luego el Eterno Elohim hizo vestidos de piel para Adán y para su mujer, y los vistió.»
(Bereshit / Génesis 3:21)
El Creador bondadoso incluso dentro de la justicia les da coberturas de piel, para que deje el hombre de exponerse al sufrimiento, para que no siga soportando el escarnio de la impotencia en llaga viva.
Él les dio ropa y les vistió, los arropó esperando que finalmente el Hombre retorne a la buena senda, por medio de la TESHUVÁ, para así pudiera disfrutar plenamente del placer que le sería meritorio a causa de sus acciones y no solamente por la Merced que humilla.
En su tremendo Amor y Sabiduría ocurrió algo que la mente pequeña supone un castigo, y ciertamente parece serlo, pero en verdad es una dádiva generosa y que permite los mayores placeres:
«Y el Eterno Elohim dijo: -He aquí que el hombre ha llegado a ser único entre nosotros, para conocer el bien y el mal. Ahora pues, que no extienda su mano, tome también del árbol de las vidas, y coma y viva para siempre.
Y el Eterno Elohim lo arrojó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado.
Expulsó, pues, al hombre y puso querubines al oriente del jardín de Edén, y una espada incandescente que se movía en toda dirección, para guardar el camino al árbol de las vidas.»
(Bereshit / Génesis 3:22-24)
Es decir, que el hombre pueda morir a esta vida, dejar las vasijas opacas, e incluso traspasar la realidad de la vasija inicial de cristal para alzarse a una realidad de unidad con el Creador.
El hombre se afanará en sus obras en esta tierra, para luego dejarla.
En sus acciones estará la siembra del bienestar para la posteridad, una de mucho más gozo que aquel que se recibe por sola misericordia Divina.
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