Sirvieron a sus ídolos, los cuales llegaron a ser una trampa.

"Sirvieron a sus ídolos, los cuales llegaron a ser una trampa."
(Tehilim / Salmos 106:36)

Desde pequeño te han inculcado la creencia que eres pecador, que hay algo esencialmente malo en ti.
No importa la religión en la cual naciste, o carente de ella; ni el idioma de tus mayores, o las costumbres de tu región.
Allí está, como una sombra permanente la creencia de que eres pecador.
Hasta te cargan sobre los hombros con “pecados originales”, de los cuales tú no tienes razonable parte, pero igualmente eres culpable y sin posibilidad de redención.
¡Pecador!

Pecado en el sentido de transgredir reglas religiosas, de estar en falta de manera profunda con alguna deidad, ser supremo, comunidad de referencia, persona de ascendiente sobre ti (padre, abuelo, cuidador, etc.).
Tú no eres bueno, tú estás fallado, tú no puedes librarte de un destino o un karma que te obliga a comportarte mal.

Sí, se te informaba, afirmaba y formaba en la creencia que eres malo.
Deseas el mal y hasta tus errores deben ser de alguna forma, inconsciente tal vez, malos también.

Claro está que tú lo creíste.
¿Cómo no hacerlo si esa era la “palabra del dios familiar”, o del padre, o del maestro, o de la persona puesta como pilar en tu crianza?

Además, todos esos mensajes venían a confirmar algo que tú sentías, quizás de forma indefinida, pero que te ayudaron a definirla y marcarla como verídica.
Tú mismo te sentías en falta, pobrecito, incapaz, dependiente, necesitado de todo, impotente.
Tú respondías habitualmente con conductas o actitudes que fastidiaban a los demás, aunque finalmente obtuvieras la atención o satisficieras la necesidad que te provocaba a disgusto.
Sí, tú llorabas, gritabas, pataleabas, mentías, engañabas para sobrevivir, para que te notaran, y aunque recibías lo que querías (o algo a cambio), una vocecita te decía lo poca cosa que eras, lo impotente, lo fracasado, lo enojón, lo débil.

Entonces, los de fuera te confirmaban en tu rol.
No era solo algo que tú sentías, una impresión interna, una vocecita que maliciosa te susurraba. ¡No, era una verdad, porque de afuera te lo ratifican.
Tal cual lo que sentías y creías, eres malo, pecador, estás fallado, eres un “pequeño demonio” y la redención está lejos de ti.

Lo afirma la religión, cualquiera que sigas. O el agnosticismo, o el ateísmo. En todos lados encuentras que la gente que “sabe” afianza tu creencia negativa sobre ti mismo.
A veces puedes cruzarte con otro mensaje, uno de luz, de vida, de responsabilidad, de solidaridad, de construcción de shalom, de hacerte confiar en ti mismo y en un Padre bondadoso y justo.
Pero bien pronto retomas la creencia en que todo está mal. O por el contrario, te esclavizas a la creencia mágica que puedes cambiar al mundo por medio de amuletos, plegarias, ensalmos, recitado de pasajes en determinados días, rituales, objetos maravillosos, personas con poder astral, y todo otro tipo de creencia que te suministra cierta pátina de poder, para dejarte varado en la inconsciente y la impotencia.

Y junto a esto, la constante amenaza que pende sobre tu cabeza.
Pueden ser varios castigos imaginados o que te señalaron.
Allí siempre lista la admonición.

Entre ellas, una terrible, que en cualquier momento te dejan de querer, de abandonan.
”Eli, eli, lame zabactani” dice el cuento idolátrico en referencia a uno que era muy pecador y se sintió abandonado por Dios.
Así se siente el malo.
En riesgo de soledad, de ostracismo, de exilio, de abandono. Abandono. Suena fea la palabra, peor debe ser sentirlo.
Quizás el más macabro de los castigos. ¿Peor incluso que la muerte?
Dejar de ser queridos, dejar de estar presentes, dejar de ser pero sintiendo todo.

Ni siquiera la falta de creencia religiosa, o el suponerte “científico” y habiendo superado todas las creencias medievales te serena.
Retumba en ti la voz que te desvaloriza, o que te obliga a sobrevalorarte para luego tropezar en tu impotencia.

Te modelan con la creencia de que eres malo, de que no tienes solución en tus manos, de que recibirás tremendo castigo y luego que “ellos” poseen la clave para que seas libre, salvo, “bueno”. Ellos te venden la esperanza. A cambio de que te esclavices, reniegues de tus pensamientos, entregues tus posesiones, te anules para ser parte del rebaño (eclesial, comunal, familiar, pandilla, etc.).
Pero claro, te prometen que hasta Dios estará a tu servicio, a cambio de fe, de oraciones, de esperar con pensamiento positivo, de repetir los lemas del clérigo, de negarte a pensar, de rechazar al que piensa, de amenazar al que hace tambalear la fe… todo te prometen, hasta que Dios sea tu siervo… ¿no es esa una gran maldad?

“Ellos” creen tener poder así, creen ser “buenos”, y obtienen apariencia de poder, apariencia de bondad, apariencia de santidad.
Y tú, también.
Pero siguen enfrascados en el mismo ciclo de pobreza, miedo, engaños, impotencia, sentimiento de culpa, excusas, manipulación, violencia, etc.

¿Te suena conocido?
¿Te parece que es algo que te ha pasado?

Y por más que lo leas, que lo entiendas, que reconozcas que tiene que ver contigo, no por ello desaprendes y te comienzas a llenar de Luz.
Es como un relámpago que alumbra por una fracción de segundo.
Es una buena intención carente de otra cosa, que puede terminar perjudicando.
Es nada, o peor.

El trabajo de desaprender y aprender es costoso, pues son numerosos años, infinidad de mensajes repetidos, creencias grabadas a fuego, sentimientos que son tan antiguos que ni siquiera pueden ser puestos en palabras o conceptos comprensibles racionalmente. Cargas con tantas cosas, algunas de las cuales no tienes como manejarlas.
Pero no por ello estás destinado al fracaso o a confirmarte en tu rol de malo, impotente.
Tú puedes salir adelante, pero no por fe, ni por esperar sentado a que un dios te auxilie a cambio de rituales, ni por llenarte de amuletos o pensamientos mágicos. Tú puedes salir construyendo shalom. Haciendo aquello que está a tu alcance para beneficiar al prójimo en tanto te beneficias a ti. Aprendiendo de buenas fuentes. Reforzando tus ideas positivas que se deben cotejar con la realidad.
Es posible ir dejando la pesada mochila de sentirte malo, merecedor de castigos, o –paradójicamente- amo de Dios.
Tú puedes ir avanzando, pero pronto resurgirán los miedos, la voz tenebrosa, los mandatos impuestos, los rituales, las creencias perturbadoras.
Es que, atravesar el valle de sombras no se hace de una sola vez.

Antes de terminar.
Existe el pecado, ya hemos trabajado en abundancia sobre el tema.
Pero también existe el camino de retorno y perfeccionamiento, la TESHUVÁ (busca esta palabra en el sitio).
Es cierto que eres bastante limitado, que te equivocas, que haces daño, que a veces haces el mal.
Es cierto que el rezo ayuda, que confiar en Dios es bueno.
Justamente por ello es que hay que ser mucho más cuidadoso.
La peor mentira no es la que se muestra abiertamente como tal, sino la que logra confundirse con la verdad. Que dice una media verdad, se disfraza como si fuera verdad, aparenta ser de Luz pero está infectada por la oscuridad.
Por lo cual, es imprescindible aprender a evaluar, analizar, discernir, diferenciar, para que en la confusión no creas lo que te encarcela injustamente, ni deseches lo que libera por considerarlo despreciable.

Sí, para quien me sigue hace tiempo y conoce mis escritos podrá reconocer pronto la impronta del EGO en todo esto.
Por ello, no repetiré las cien lecciones ya entregadas y a tu disposición.

¿Quisieras tú ofrecerme un resumen?
Te lo agradezco.

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