En nuestra parashá, el patriarca Itzjac debió emigrar a la tierra de Guerar, en lo que sería la actual zona de la franja de Gaza, donde años antes también se había radicado su padre.
En ese peregrinaje volvió a abrir los pozos de agua que su padre había descubierto y que los poco amistosos filisteos cubrieron y pretendieron borrar de la memoria colectiva. Itjac llamó a los pozos con sus antiguos nombres, como forma de respetar y honrar a su padre y su espíritu pionero y emprendedor.
Pero, nuevamente los celos y el mal ánimo expulsaron al hebreo, quien no se desanimó y buscó un nuevo lugar para perforar un nuevo pozo, dejando los anteriores en manos de sus enemigos.
El nuevo pozo también fue reclamado por los envidiosos y poco laboriosos, así que lo tuvo que abandonar.
Entonces fue a un tercer lugar donde abrió un nuevo pozo, el cual también fue secuestrado por los adversarios.
Finalmente encontró un cuarto lugar, prospectó y abrió un nuevo pozo, el cual, esta vez, no fue boicoteado.
«Las pequeñas disciplinas repetidas con consistencia todos los días conducen a grandes logros obtenidos lentamente con el tiempo»
Que va en consonancia con una frase del conocido escritor francés Gustave Flaubert quien afirmó:
«El talento no es sino una larga paciencia».
Y ya lo sabemos del genial inventor, Edison, que entre otras cosas trajo al mundo la primera bombita incandescente funcional, del cual se dice que acuñó la memorable frase:
«No fracasé 999 veces, sino que descubrí 999 maneras en que las cosas no se hacen».
Ya lo enseña hace milenios nuestra Tradición y o encontramos claramente en nuestra parashá con el patriarca Itjzac, una clave esencial para el éxito es hacer nuestro trabajo, siendo consistentes y constantes.
Porque nadie se hizo maestro de nada si no es a través de la constancia.
En ningún arte o ciencia se llega al conocimiento, a la destreza, sin que se entrene, repita, ejercite, repase, relea, se vuelva a explicar la lección, se interiorice con paciencia y humildad.
Como conocimos en una famosa anécdota de Akiva, antes de ser el Rabi Akiva, la pequeña, pero empecinada gota es capaz de romper la roca cuando la golpea, una y otra vez.
Sin embargo, cuando dejamos de intentar, cuando no nos dedicamos con pasión, cuando la derrota nos espanta, entonces finalmente hemos perdido la chance de alcanzar el éxito.
La gran mayoría de habilidades valiosas suelen ser producto de una larga práctica.
El triunfo no suele venir de la mano de una inspiración pasajera, ni tampoco de la pereza.
Por ello, cuando elaboramos una meta, debemos de hacerlo contando con que habrá que comprometerse, dedicarse, esforzarse, aceptar los tropiezos, ante el desánimo llenarse de energías positivas y seguir dando la batalla. Finalmente el resultado final no depende de nosotros, pero en el camino que vayamos recorriendo está el éxito.
Ser victoriosos es una decisión de cada momento, no una cuestión de suerte.