Perdiste el bus, malhumor.
No salió premiado tu número en la lotería, malhumor.
No te dieron el ascenso en el trabajo, malhumor.
Llegaste un minuto tarde y tendrás que pagar multa y recargo, malhumor.
Tu hijo no te hace caso, malhumor.
Tu madre está pesada nuevamente, malhumor.
Llueve, malhumor.
Los vecinos están meta con su fiesta en la madrugada, malhumor.
Te olvidaste de apagar la luz y no regresas a casa hasta la noche, malhumor.
Podríamos seguir con una infinita lista de impotencia en tu vida a las cuales reacciones con malhumor.
Dime tú, ¿acaso el malhumor ha logrado cambiar alguna de ellas para que tengas el poder?
¿Acaso el malhumor te ha hecho más poderoso y confiado?
¿Acaso el malhumor mejoró tu vida?
Te cuento que el malhumor, el «normalito» malhumor, tiene sentido en el bebé, que al sentirse frustrado y necesitado de auxilio, tiene que comunicarse de alguna manera con los adultos. De manera natural cuenta con las conductas que acompañan al malhumor, porque así el adulto atento puede darse cuenta de que el pequeñín anda necesitado de alguna respuesta a su malestar.
Pero, cuando creces y aprender a comunicarte de otras maneras, el malhumor y sus señales debiera quedar mitigado y hasta virtualmente desaparecer.
Sin embargo, no es así.
Ahí se mantiene, para que reacciones cual bebé incapacitado para elaborar respuestas eficaces.
Quizás ha llegado la hora de ponerse en campaña para minimizar el malhumor, ¿no te parece?
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