Vaetjanán 5782, los llamados diez mandamientos

Estamos ya en Vaetjanán, que es la segunda parashá del Sefer Devarim (Deuteronomio).

Continúa el relato de Moshé, quien se está despidiendo de su pueblo, porque sabe que en pocos días más morirá, en tanto, ellos entrarán a la tierra prometida.
Moshé, aquel hombre que cuarenta años atrás se declaraba con dificultades para hablar, en especial en público o ante personas de renombre, ahora se expresa con calidad meritoria, con estupenda precisión y profundidad espiritual.
En este discurso, entre otras cosas, recuerda y aclara algunos de los momentos cruciales en la historia de la naciente nación judía.

Encontramos que manifiesta que imploró al Eterno para que le permitiera ingresar a esa tierra anhelada, pero Hashem se lo negó, una y otra vez, centenas de veces. Es que, el tiempo del liderazgo de Moshé está llegando a su fin, el pueblo precisa de otra conducción, una que le permita ser más independiente de milagros públicos, un jefe que los mueva a actuar para alcanzar sus metas y no estar a la espera de que otros solucionen sus problemas o necesidades.
La era de los milagros manifiestos y habituales estaba culminando, para dar paso a la independencia de la humanidad, a una relación más madura con su Padre Celestial.
Es así que está amaneciendo la época del general Iehoshúa bin Nun, el más aplicado y mejor estudiante de Moshé, además de fiel a Dios, pero con una visión diferente de cómo afrontar las circunstancias.
Iehoshúa confía en Dios, sabe que Él hace su parte, pero es indispensable que las personas, cada una, haga lo que le corresponde hacer para que las obras se concreten.

Luego, en la parashá encontramos el enfoque que Moshé tuvo de la revelación de Dios ante los hijos de Israel en Sinaí. Ese irrepetible evento en el cual Él manifestó los Aseret haDiberot, los llamados Diez Mandamientos (cuyo nombre traducido más exacto es «Decálogo», pues efectivamente son diez frases, en las cuales se encuentran CATORCE mandamientos, y no diez, como el antiguo traductor gentil puso y luego muchos asumieron como número real).
Resalta Moshé que en ningún momento pudieron ver imagen alguna de Dios, cosa que es evidente, ya que Él no es cuerpo ni toma forma alguna, pero que sí cada uno pudo captar los sonidos y comprender las palabras que Él estaba expresando al colectivo. Interesante hacer notar que fue una revelación colectiva, pero que era también una comunicación individual, pues, cada una de las tres millones de almas allí presentes recibían el mensaje profético en particular.
Todos juntos, pero a cada uno y uno, en una relación especial y singular.
Todo el pueblo es testigo, porque el judaísmo no nace de la iluminación de un individuo, o en la pasión de un grupo de camaradas reunidos para organizar una creencia religiosa. Sino que es un testimonio multitudinario, de un encuentro personal y real con la Presencia del Todopoderoso.
Por ello, destaca Moshé este hecho e insiste para que cada generación de la Familia judía mantenga fielmente el relato del encuentro, para que no se pierda el lazo ni se confunda el camino. Porque, no depende de un libro, ni de un grupo de privilegiados líderes religiosos, ni de la imposición sobre las masas de una ideología, sino que es el relato de un acontecimiento que sucedió a nuestros familiares hace treinta y tres siglos.

Lo enseña así Moshé, que al mantener viva nuestra Torá, estudiándola, trasmitiéndola, viviéndola, estaremos encontrándonos con nuestra espiritualidad, la conexión con Dios. Todas nuestras dimensiones como humanos son importantes, la material, la social, la emocional, la intelectual, la ecológica, pero no podemos descartar la espiritual; por tanto, es bueno conocer lo que nos ayuda a vivirla y hacerlo.

Un buen mecanismo para no olvidar todo esto, es repetir a diario dos veces la lectura del Shemá Israel, que se encuentra en nuestra parashá. La frase, y su contexto, han acompañado desde siempre a nuestra Familia como un símbolo de identidad, como una brújula que nos orienta en todo momento.

Saber que Dios es uno, que es único, que es el Creador y quien sostiene la existencia del universo. Saber que Él nos ha dado, con amor y sabiduría, Sus mandamientos, para que de esa forma alcancemos el máximo grado de tikún olam, mejoramiento del mundo (personal y colectivo).
Tal es lo que está expresado en nuestra parashá, la que te invito a leer y profundizar.

Recuerda que este shabat es conocido como “Najamu”, pues así comienza la haftará, rogando por consuelo para el pueblo judío tras la destrucción del Templo, que conmemoramos la semana pasada en Tishá beAv. Comenzó el período de los “sheva denejemata”, las siete semanas de consolación, en las cuales leemos textos de los profetas invocando la esperanza y el optimismo en la restauración de Israel y la paz para el mundo.

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