«Y los bendijo aquel día diciendo: –Israel bendecirá en vuestro nombre, diciendo: ‘Elohim te haga como a Efráim y como a Menashé.’ »
(Bereshit/Génesis 48:20)
Esta frase se encuentra en la parashá de la semana, Vaijí, y se relaciona directamente con una antiquísima costumbre dentro del judaísmo, la que en la noche del viernes, luego del rezo para recibir al Shabat y antes de pasar al kidush con la correspondiente cena, los padres bendicen a sus hijos e hijas.
En algunos hogares solamente es el papá quien lo realiza, incluso habiendo mamá presente.
En otras familias son ambos los encargados de esta preciosa tradición.
A veces también el cabeza de familia, o ambos padres, bendicen a nietos y otros familiares presentes que no estén acompañados por sus respectivos padres.
Se apoya la mano derecha sobre la cabeza del hijo que será receptor de la bendición, para el varón se dice parte de la frase que hemos citado al comienzo de este estudio: ‘Elohim te haga como a Efráim y como a Menashé’.
En el caso de la hija la frase introductoria es: ‘Elohim te haga como Sará, Rivcá, Rajel y Leá’.
Tras lo cual se procede a repetir la bendición que la Torá ordenó para que los cohanim usarán al momento de bendecir al pueblo:
«El Eterno te bendiga y te guarde. El Eterno haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia. El Eterno levante hacia ti su rostro, y ponga en ti paz.»
(Bemidbar/Números 6:24-26)
Cada vez que así hacemos estamos recreando el origen de la costumbre, por tanto nos vinculamos directamente con el patriarca Iaacov.
Éste procede a bendecir a sus nietos, los hijos de Iosef, que son considerados tradicionalmente como ejemplos poderosos de dos estupendas cualidades.
La primera es la fraternidad, pues son los primeros hermanos que registra la Torá que vivieron armoniosamente, respetándose, cuidándose, amándose. A diferencia de todos los hermanos anteriormente citados en los pasajes de la Torá, entre los cuales la rivalidad, el conflicto, la enemistad, las trampas y otras conductas negativas eran moneda corriente.
Por tanto, cuando estamos usando a Efraim y Menashé a la hora de bendecir a nuestros hijos, de cierta forma estamos pretendiendo que ellos adquieran o fortifiquen esta preciosa cualidad, para que la hermandad sea un hecho, para que el SHALOM y el bienestar sea la constante en su vida familiar.
La segunda es la identidad judía. Estos muchachos nacieron y se criaron por completo desconectados de las tradiciones hebreas, estaban inmersos absolutamente en la cultura egipcia. No tenían comunicación con ninguno de sus familiares hebreos, no recibieron instrucción hebraica, eran egipcios de cabo a rabo. Sin embargo, tomaron en cuenta las enseñanzas de sus padres, ambos hebreos que fueron exiliados en Egipto. Los jóvenes crecieron sabiendo que eran simiente sagrada de los patriarcas y matriarcas de Israel y a pesar de estar integrados por completo a la sociedad egipcia, sin embargo no se asimilaron a ella. Era hebreos, luego egipcios.
Al tenerlos presentes cuando bendecimos a nuestros hijos, de cierta manera estamos anhelando que crezcan saludables, integrados socialmente, aceptados y respetados, pero especialmente que tengan siempre en consideración su identidad espiritual/nacional, que con sano orgullo se sean judíos y desarrollen su vida como tales.
En tanto que el preámbulo que usamos para las hijas se basa en la bendición que la gente de Beitlejem diera a Rut cuando contrajo matrimonio con Boaz (ver Rut 4:11 y Midrash Ruth Rabbah 7:13).
Equiparamos a nuestras niñas a las matriarcas porque son el mejor modelo de lo que las mujeres judías pueden ser: nobles, aguerridas, decididas, familieras, hacendosas, independientes, inteligentes, leales, trabajadoras, educadoras, pacientes, poderosas, entre otras virtudes deseables.
La bendición de los padres es poderosa, abre portones, cierra brechas, cuando surgen con amor.
Genera un aura protectora y poderosa alrededor del hijo y la hija, con efectos positivos que pueden llegar a extenderse mucho tiempo. Incluso cuando los padres ya no están en Este Mundo el lazo afectivo y sagrado persiste y sigue sembrando bienestar.
Tratemos de continuar esta preciosa costumbre propia de las familias judías, hagámosla con cariño, con gestos sinceros de aprecio, con el corazón limpio.
El Eterno bendecirá a chicos y grandes.
En cuanto a los gentiles, que no son parte de esta tradición, por supuesto que el acto maravilloso y espléndido de bendecirse mutuamente está disponible, pero no precisan de seguir ningún ritual, solamente tener cuidado de no tomar para sí conductas de idólatras y supersticiosos, como tampoco asumir para sí aquello que es únicamente para la identidad espiritual judía. Bendigan con sencillez, con amor, con inteligencia sin traspasar los límites hacia lo que no beneficia.
Recuerda que no es gentilizar algo judío, sino usufructuar un derecho sagrado que tienes por ser hijo de Dios como lo es bendecirse unos a otros, ¡y cuánto más padres a hijos!
Por tanto, ejerce este derecho desde tu identidad como gentil, pero absolutamente desprovisto de todo trazo de religiosidad. Y sin tampoco apropiarte de elementos de la cultura judía que no te pertenecen ni te corresponde.
Si bendices, serás bendito (Bereshit/Génesis 12:3).
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¡Gracias y a bendecir para ser benditos!