Cuando tomamos conciencia de nuestra mortalidad,
sin temblar ni angustiarnos,
estamos recién comenzando a poder valorar nuestra existencia aquí y en la eternidad.
No siempre se logra,
pero vale la pena darle ese guiño confiado al infinito presente.
No nos ha gustado el buscar respuestas en el aquí y en el ahora sobre nuestra finitud, y eso nos llena de fantasías ilógicas sobre ella; y nos desconecta de la realidad.
Siglos antes, descansábamos sobre la respuesta que daba la religión a la duda sobre nuestra mortalidad; pero por suerte, las ciencias y la tecnología le quitaron ese privilegio, dejándonos nuevamente la responsabilidad de enfrentar como humanos nuestro destino.