El EGO se dispara ante el sentimiento de impotencia, sea real o imaginario.
Recurre entonces a sus herramientas: llanto, grito, golpes y/o desconexión de la realidad, cada uno con sus derivados.
Con sus maquinaciones y manipulaciones, con su violencia más o menos física y explícita, el EGO trata de atraer la atención para que alguien/algo solucione la sensación de impotencia.
De no conseguirlo, procede a desconectar a la persona de la realidad (aunque muchas veces esta desconexión ya está combinada con alguna de las otras reacciones del EGO).
Nos damos cuenta de que trata de controlar aquello que cree (o así es realmente) que no tiene poder para controlar.
Pongamos un ejemplo, uno entre millares posibles, que usaremos para clarificar la comprensión: la niña no come, la mamá le dice que coma. La niña no come, la mamá con tono duro le ordena que coma. La niña no come, la mamá amenazando con castigos le exige que coma. La niña no come, la mamá acalorada y a grito pelado exige que coma. La niña no come, la mamá golpeando o lanzando mesa, utensilios, lo que sea que tenga a mano vocifera algo que debemos entender que es que la niña coma. La niña sigue sin comer, aunque tal vez llorisquea un poco o hace gestitos de dolor, entonces la madre abofetea a la niña y le inserta la cuchara en la boca y le mueve a manotazo limpio la mandíbula para que coma. La niña llora, se retuerce, mastica forzada, pero no traga, entonces la madre insultando se va del comedor y reclama al mundo por haber tenido una hija tan mala, tan $%%&$%&”@#@€~~€ y justifica todo lo que hizo y dice porque es por el bien de la niña, que si no se le muere desnutrida.
Es un caso real, uno entre millares posibles y con los que a diario nos enfrentamos, actuamos o padecemos.
Allí está el EGO, a las claras. El de la madre, por supuesto. Y el de la hija también.
Es una lucha de poderes, o podercitos, para ver quien controla, y a la postre nadie controla o más bien todo es un descontrol.
El ejercicio del EGO no suele resolver positivamente nada, con ciertas excepciones que te mencionará unas líneas más abajo. Por el contrario, genera una reacción de fantasías de poderío, hasta alcanzar la ilusión de súper poderes; o por el contrario, hunde más aun a la persona en su estado o sensación de debilidad, ineptitud, ineficacia, inoperancia, fallas, fracasos.
¿Te parece que la madre del ejemplo tiene alguna autoridad, poder, o control sobre su hija? Por supuesto que tiene cierta fuerza, la que le da su complexión física y su posición social con respecto a la niña. ¿Pero tiene algún poder real, trascendente, válido? ¿Ganó la madre, la hija o todos perdieron?
El EGO por un rato puede obtener sucesos, pero a poco que se confronte con la realidad, decae todo su falso poder.
Sin embargo es bueno recordar que el EGO es necesario para toda persona, puesto que es el actor indicado en situaciones de extrema indefensión, cuando realmente la persona no tiene otros mecanismos para obtener auxilio.
Un ejemplo entre varios posibles: la marea te atrapó y te arrastra con fuerza e inexorablemente mar adentro. Ya no tienes energía ni capacidad para resistir más, sientes como decaes, como la orilla se aleja de ti rápidamente. Aunque en algún lugar de tu cerebro recuerdas que no es bueno en estos casos patalear desesperado, en este instante no piensas fríamente, te dejas llevar y alzas las manos, las mueves con locura, gritas con lo que te queda de aliento, pataleas como si en ello te fuera la vida (y es cierto). Tus movimientos y alaridos alertaron al guardavidas, quien con aplomo profesional se lanza al agua y en tu última bocanada de aire te rescata y lleva hasta la orilla.
Sí, allí actuó tu EGO tal y como debe ser, para lo que ha sido creado y por lo cual no podemos desprendernos de él.
Gracias a Dios nacemos con él, nos acompaña toda la vida y es el último en abandonarnos a la muerte.
La sabiduría no está en despreciarlo.
Tampoco en odiarlo.
Ni mucho menos en negar su presencia y existencia.
Allí está y tiene algo que aportar para que vivamos bien.
La sabiduría está en apreciar su labor y dejarlo fluir cuando no corresponde.
Admitirlo, aceptarlo, apreciarlo, pues es parte de nuestro ser en este mundo, una herramienta necesaria y provechosa, cuando no rompe los límites y ocupa roles que le quedan grandes.
No, no hay que proponerse luchar contra Él, tampoco querer controlarlo.
Lo mejor es saber que está ahí,
saber que nos hace mover como títeres (sin que esto implique que dejamos de ser responsables por nuestra conducta),
admitir que toma el control muchas veces,
pero no dejarle hacer lo que suele hacer.
Esfumar su poder, diluir su acción, que sea la voluntad guiada por el espíritu e intelecto la que controle aquello que realmente podemos controlar.
Me siento con ganas de estallar, de gritar, de insultar, de despreciar, de humillar, de golpear, de manipular, de ejercer algún tipo de violencia innecesaria y destructiva en sí misma… es lo que estoy sintiendo, ¿cómo voy a negarlo? ¡Allí está! Si lo niego, entonces me hundo en el oscuro sentimiento al que se le suma la energía que malgasto en reprimirlo o negarlo.
Si le doy rienda suelta, seguramente dañaré a otra persona, o a mí, o a algún objeto.
Entonces, admito lo que siento, también acepto que algo me ha hecho sentir impotente por lo cual se disparó automáticamente el EGO. Allí está, ¿para qué negarlo?
Respiro, me concentro en la respiración, contengo la palabra hiriente, bajo el tono de voz, no me permito actuar bajo el dominio circunstancial del EGO. Respiro y me enfoco en aspirar y expirar. Sigo con ojos internos el camino del aire por mi ser. Veo que el aire me recorre en cada célula, y por donde va atrapa “moléculas negativas” producidas por el EGO (es una metáfora), para expulsarlas con la exhalación. Veo mi interior que se limpia de la toxicidad del EGO. Mientras pasan esos segundos “mágicos” de concentración, el cerebro se activa en otras zonas, de mayor predominancia intelectual y menos instintiva. El EGO ya no podrá controlar mi conducta, ahora será otra faceta de mi persona la que se encargará de tratar con la situación que me hizo sentir impotente.
Como mi respuesta es menos violenta, menos rudimentaria, más elaborada, probablemente el otro no se sienta agredido y entonces la espiral ascendente de agresiones mutuas se vaya apagando.
O puede que el otro reaccione desde el EGO y quiera hacerme entrar en el jueguito turbio de EGOs en disputa. Lo admito, lo reconozco, lo acepto, no lo juzgo, simplemente lo dejo correr, que fluya… si respondo desde el EGO no soluciono nada, aunque quizás “venza” porque me quede con la última palabra o dé el puñetazo más fuerte.
Claro, si el otro trata de agredirme físicamente, no daré ninguna mejilla a su mala acción. Me defenderé con mis mejores armas, pero siempre procurando que no sea el EGO quien domine la situación.
Si el peligro es real, debo protegerme, es un mandato divino y moral.
Sé amable contigo así como con el prójimo.
No te exijas demasiado, no te propongas ser absolutamente ecuánime, paciente, falto de EGO. Eres persona y tienes derecho a llorar, a enojarte, a sentirte impotente, a equivocarte, a dejarte llevar, a tener emociones negativas. Tienes derecho a ello, pero NO a quebrar ninguna ley o mandamiento.
No permitas que el EGO se disfrace de santidad, de no-violencia, de pacifismo, de religiosidad extremista, de imposiciones carentes de razón. Porque el EGO te hará creer que tienes que sonreír siempre, pensar positivo siempre, no sentirte desanimado nunca, no errar jamás, juzgar duramente por los yerros, etc. Sí, el EGO se pone las ropas de un Superyó freudiano, con sus reglas imposibles, sus obtusas justificaciones, su fe ciega. Mucho cuidado de esto que puede ser mucho más peligroso que el EGO en su cara habitual.
Lo mejor es aléjate del mal y haz el bien.
Disfruta de lo permitido en tanto te apartas de lo prohibido.
No quieras controlar aquello que no puedes controlar.
No pretendas ser el mejor, el más destacado, el más perfecto, el intachable, el que nunca cae, mejor simplemente sé bueno y justo.
Aprende a pedir ayuda, incluso antes de que estés al límite de tus capacidades.
Construye shalom en cada momento, a través de actos de bondad y justicia.
Sintoniza tu Yo Vivido con tu Yo Esencial, sin imposiciones nefastas, sin venganzas, sin negaciones, sin apariencias.
¿Tienes algo para compartir ahora que leíste y comprendiste este texto que quise compartir contigo?
Por ejemplo, ¿te has visto en situaciones parecidas a la del ejemplo de la madre o del bañista?
¿Cómo crees que sería mejor que la madre actuara ante el no comer de su hija?
¿Padeces mucho a causa de tu EGO?
¿Eres demasiado exigente contigo?
¿O tal vez muy indulgente?
¿Y con los demás?
¿Ya te aburre que enseñemos acerca del EGO o sientes que cada vez aprendes algo que es útil, práctico y de bendición?
¡Que pases una jornada excelente!