Variados son los símbolos que la mente fértil de la nación judía ha ido dando a sus variadas costumbres.
Cuando en su origen no eran más que necesidades prácticas o para cubrir requerimientos de la halajá –normativa legal-, tarde o temprano el ingenio y el anhelo de sentido llevó a las masas y sus maestros a generar asociaciones más allá de lo evidente.
Es parte de la manera de ser, y está bien que así sea; siempre y cuando el símbolo fabricado no termine por obturar la práctica y su valor original.
También en el tradicional toque del SHOFAR, con sus acordes clásicos, ha sucedido así.
Por ello, encontramos muchos simbolismos, todos ellos con sus enseñanzas.
Encender y avivar el fuego de las buenas acciones, y del mejoramiento personal, está simbolizado por el toque del shofar en Rosh haShaná.
Como sabemos los tres sonidos tradicionales para esta fecha son TEKIÁ, SHEVARIM y TERUÁ.
Aquí tienes un video con el toque: https://www.youtube.com/watch?v=wP6AFAYKrXE
El primero es un soplido sostenido y relativamente largo.
El segundo son tres soplidos más breves, como el de la TEKIÁ pero quebrado en medio.
El tercero son breves soplidos, rápidos, por lo general son al menos nueve, creando un ruido que no se interrumpe (como en SHEVARIM) sino que los silencios se realizan obstruyendo el pasaje del aire pero sin cortar realmente la sonoridad.
Pensemos cuando una persona poco experiente, este maestro por ejemplo, quiere encender una fogata, una parrilla para asado, una estufa a leña.
Luego de apilar las ramas o leños, tras poner piñas o papeles hechos bola, acercamos una llama y esperamos que el fuego pronto arda y caliente e ilumine.
Pero, como tenemos poca experiencia y habilidad, la tarea cuesta montones.
Entonces recurrimos a orear el sistema, darle aire.
Algunos usan la boca, otros ventilan con algo en la mano, otros usan un ventilador y hasta secado de cabello.
Lo importante es que lleguen fuertes ráfagas de aire, que aviven las llamitas y no den lugar a que el frío y la oscuridad se apodere del asunto.
Ahí estamos, ventilando como si emitiéramos sonidos de TEKIÁ.
Con el primer y más poderoso esfuerzo por dar vida a la llama.
Supongamos que tuvimos un relativo éxito, la llama prendió, está subiendo por los maderos, trepando tímidamente para acomodarse.
Entonces nuestros agitados movimientos ya no son necesarios, hasta incluso pueden ser perjudiciales porque podrían sofocar el fuego dejándonos en punto muerto.
Por lo que, damos intermitentes soplidos, avivamientos esporádicos, un incentivo amable para que la flama no decaiga.
Tal como es el sonido del SHEVARIM, entrecortado, permitiendo al silencio apoderarse de la escena sin adueñarse completamente de ella.
Porque cuando hacemos silencio, escuchamos otras cosas que son tapadas por el ruido.
Porque cuando dejamos de alentar al otro, éste debe encontrar en sí mismo el aliento que lo empodera.
Tal como hacemos con la parrilla que estamos prendiendo y que simboliza el fuego sagrado dentro de cada persona.
Luego viene el soplido breve, veloz, sinuoso, que no se decide entre silencio y sonido.
Como una brisita tímida que le da las últimas caricias a la flama que va creciendo entre los maderos.
Porque para eso están así dispuestos los maderos, para ser consumidos y con ello brindar el calor y el brillo al necesitado de ellos.
Le dejamos paso al fuego por sí mismo, el cual ya cobró vigor y se atreve a crecer.
Va subiendo, contenido por el cuidado, el amor y el respeto; porque no podemos dejarlo desbocarse y causar destrozos o males.
Estamos prendiendo la hoguera de la virtud y no la del trauma y rencor.
Por ello ya dejamos de abanicar, de soplar, de ventilar.
Tenemos confianza en que la tarea estuvo bien hecho y que el fuego puede de ahora en más por sí mismo.
Entonces, lanzamos la última bocanada, como un respingo, como un suspiro que se despide para dejar que la belleza y practicidad resplandezcan.
Éste es uno de los mensajes que puedes aprender para estas fechas, pero que sin dudas tienen una aplicación práctica en el diario vivir.
¡Piénsalo!