Parasha Vaietze 5763

Sueño sionista
Está escrito en nuestra parashá que nuestro tercer patriarca, Iaacov, debe huir de su hogar, y se encamina a la lejana tierra de los caldeos.
Antes de dejar el suelo patrio tuvo un sueño profético, en el cual recibe un mensaje pleno de optimismo y promesas de realización futura.
Entre otras cosas se le anuncia: "Y he aquí que el Eterno … dijo: –Yo soy el Eterno, el Elokim de tu padre Avraham [Abraham] y el Elokim de Itzjac [Isaac]. La tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia." (Bereshit / Génesis 28:13).

Nuestro padre en esta oportunidad recibe una clara promesa de Dios: la tierra de Israel será para él y sus descendientes.

Sabemos que los únicos herederos de Iaacov somos nosotros, los judíos.
Sabemos que Dios es fiel y Su palabra es justa y valedera.
Por lo tanto, aquel que dice confiar en la divina veracidad de la Torá, ¿cómo puede pretender que la tierra de Israel sea patrimonio de otras personas que no son los judíos?
Entonces, aquel que pone su confianza en Dios, debe ser partidario de la idea milenaria: la Tierra de Israel para la Nación de Israel.

Bien, entonces si Tierra y Nación de Israel se pertenecen indisolublemente, el paso siguiente es el del retorno y asentamiento judío.
Y entonces vemos que algunos añoran a Tzión fervientemente, pues es la materna tierra lejana. Otros buscan liberarse de las penurias de la diáspora afincándose en el hogar milenario. Están aquellos que saben que las mitzvot se cumplen a plenitud en Israel. En fin, los motivos y razones para emigrar a Israel son variados.
Por lo que debemos saber que de esta sección de la parashá aprendemos que los motivos por los cuales la persona hace aliá, emigra a Israel, son secundarios; ya que lo principal es el hecho de la aliá, y de la residencia en la Tierra.
¿Cómo lo sabemos?
Al concluir este sueño profético, despertó Iaacov e inmediatamente "dijo: –¡El Eterno está presente en este lugar, y yo no lo sabía!" (Bereshit / Génesis 28:16).
Es decir, no importa si uno tiene conciencia (o no) de la santidad de "este lugar" (Israel), es circunstancial si tiene consideración del especial amor y atención que Dios le confiere. Lo que importa es estar ahí, incluso en el "yo no lo sabía", en la ignorancia del incalculable valor espiritual de la Tierra de Israel.

¡Shalom iekarim! ¡Les deseo Shabbat Shalom!
Moré Yehuda Ribco

Relato a propósito del comentario

En la rica empresa de avanzada, estaban desarrollando una novedosa tecnología que requería del más fino y delicado aceite de oliva en cantidades industriales. Aquel joven fue encomendado para conseguirlo. Para lo cual, investigó en la base de datos, y llegó a la idea que de Israel proviene el mejor y más puro aceite. Por eso inició los contactos con fábricas y establecimientos diversos de Tierra santa. En sus conversaciones de negocios, cuando llegaba al requerimiento de la excelencia del producto, invariablemente (y con honestidad) le decían que el aceite de la fábrica era bueno, pero no el mejor. Una tras otras las empresas se disculpaban. Ya cansado de los trámites vía Internet, fax o teléfono, el joven viajó a Israel. Pero, en persona no tuvo más éxito que desde la distancia.
Aquella noche, ya desilusionado se quedó mirando por la ventana de un café. Y se sorprendió al ver iluminadas muchísimas ventanas con llamitas resplandecientes y limpias. Preguntó y le contaron que los judíos festejan Janucá encendiendo llamitas, especialmente con mechas empapadas de aceite puro de oliva.
El joven creyó que eso era un señal que se le enviaba, por lo que lejos de continuar desanimado, reemprendió su búsqueda.
Finalmente consiguió la información (de una fuente un tanto dudosa) de que en un campo apartado, destilaban el más excelente aceite de oliva, y en enormes cantidades.
Fue el joven hasta allí.
En medio de los árboles vio a un hombre inclinándose, recogiendo piedras y alejándolas de las raíces.
Se aproximó, conversaron un rato, en tanto el hombre continuaba laborando fatigosamente entre los olivos. El trabajador entre los árboles era el patrón del olivar.
Pidió el joven tal y cual calidad de aceite; y el hombre con una gran sonrisa asintió: él sí tenía.
Pidió el joven tal y tal cantidad; y el hombre asintió nuevamente.
De pronto el joven se extrañó, y pensó: "si este hombre es tan rico como me hace creer, ¿qué hace trabajando tan duramente en la tierra? ¿Por qué no manda a sus peones mientras él descansa? ¿Por qué arranca con sus propias manos las piedras al calor de la tarde? ¿No será una chanza de mal gusto? ¿No me estaré dejando engañar de alguna manera?"
Y mientas así se iban acercando al final de la plantación, cuando apareció frente a ellos una mansión espléndida. A un costado estaban estacionados autos de precios millonarios. En resumen, una visión de abundante riqueza material.
Ahora sí que el joven no entendía nada.
Entonces volcó todas sus dudas al dueño del olivar, el cual respondió: "Sí claro que soy rico, y es claro que mis fortuna viene de mi campo. Pero, ¿sabe algo joven? La mayor riqueza para mí no está en las paredes de mi hermosa casa, ni en las posesiones; sino en trabajar la tierra. En acariciar los terrones con mis dedos. En sentir vibrar la vida en las ramas de los árboles. En darle vida a la tierra de Israel."

El joven regresó a su compañía con el pedido y nuevas ideas: la riqueza no está en lo que se posee, sino en lo que se hace vivir. Y el hogar no está entre el techo y el suelo, sino en el lugar que vive con nosotros.
(Versión basada en Talmud Babli Menajot 85b)

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