¿Qué nos pasa?

El domingo próximo pasado tuve que asistir a casa de unos conocidos.
Son un «matrimonio mixto», de esos que tienen validez para las leyes nacionales, pero que desde el punto de vista espiritual carece de cualquier valor.

Ella, la de origen judío, se declara ferviente atea, dogmáticamente anti religiosa. Detesta cualquier alusión a la Torá, al Eterno, a un pueblo judío que viva de acuerdo al judaísmo. De paso, desprecia al Estado sionista, por el único motivo (me parece) de que es identificado como de personas judías.

Por supuesto que a su hijito, judío por derecho, no lo circuncidaron… pero añaden que tampoco lo bautizaron.
Claramente que la educación que recibe el niño es absolutamente carente de judaísmo.
Ni tan siquiera hay un cuadrito alusivo al judaísmo, ni un libro perdido de algún bisabuelo rabino, nada de judaísmo… lo que se dice nada…
Muchos objetos de culturas indígenas, fotos paupérrimas de los revolucionarios de Pancho Villa, alguna efigie del deplorable «Che», y por el estilo.
Quizás a tono con esa presunta línea «social-comunoide», atea, insurgente, revolucionaria, panfletaria… muy de la década de los sesenta…
(Aunque por supuesto, no son del proletariado, sino más qué burgueses, que viven a pleno de los privilegios de la burguesía de clase media-alta, pero con un ajado discurso marxista deslucido y atontado).

Claro que entiendo a una persona que no ha recibido ninguna educación judía y le resulta extraño el judaísmo.
Pero, me eriza el desprecio y encono con que tratan a las cosas judaicas.
Sin embargo, entiendo el ánimo rebelde acomodaticio, ese que no tiene nada en contra del Eterno sino que busca quebrar el lazo sagrado para vivir de acuerdo a sus antojadizos deseos.
Ese que se hace pasar por muy culto e intelectual, para disfrazar la pobreza de espíritu.
Ese que es burlón, para no llorar ante su agonía espiritual.
Lo entiendo, aunque no lo comparto.
Entiendo que personas judías se paren ante la vida como si fueran ateos, claro que lo entiendo.
Pero, lo que no entiendo es cuando la gente se desprecia tanto, que recurre a erigirse en mercenarios de la espiritualidad.

Resulta que, para mi desagrado y sorpresa, esta familia había armado un «arbolito», por supuesto que «muy navideño», con sus guirnaldas, lucecitas, chirimbolos, cartitas para Papá Noel, mediecitas, etc.
Sabiendo nuestra opinión y modo de vida, igualmente preguntaron a mis hijitos por sus cartitas para el barbudo de fantasías.
Hicieron aspavientos en torno al arbolito, y claro está, mis hijitos no son de hierro.
Ellos también quisieran esa diversión, los colores vivos, los regalitos, toda esa pacotilla marketinera y rentable que hace tan atractiva a la vista una fecha tan repugnante como la de hoy.

Anoche, las personas de esa familia, se reunieron con otros para celebrar no sé bien lo qué, pero la gran mayoría de las personas se juntan para la «nochebuena». Así pues, supongo que ellos también habrán levantado su copa de champán, sidra o lo que fuera. Habrán saludado con un «feliz navidad» y quién sabe cuántas impurezas más…
Por supuesto que el dios colgado no les interesa para nada, no comulgan con esa creencia, ni son partidarios de esa fe.
Pero, se regodean con todos los «juguetes» y artificios que rodean el show del colgado.

¿Qué nos pasa, judíos?

(Añadido: el tema de este texto NO es mi caso particular, ni esta familia en concreto, sino el caso general de los judíos que rompen con su identidad, que se sumergen en cualquier moda o dogma, que se resisten al judaísmo. Es una pregunta, un reclamo, una duda que apunta a las ovejas perdidas de Israel, hoy más que nunca. Es un comentario acerca de la asimilación, del «Holocausto blanco» como le han llamado algunos.)