Shalom, buen día querido lector.
Espero que este día sepan abrirse para recibir en ustedes la bendición que proviene de lo Alto.
Esta semana es leída la parashá Vaieji, la que finaliza el tomo Bereshit/Génesis en su ciclo anual de lectura pública de la Torá según corresponde.
Poco antes de partir a su mundo, de fallecer, el patriarca Iaacov/Jacobo bendice a sus nietos, los hijos de Iosef/José: Efraim y Menashe.
En una de sus partes menciona el patriarca: «Sean ellos llamados por mi nombre y por los nombres de mis padres Avraham e Itzjac» (Bereshit / Génesis 48:16).
Resulta llamativa este porción de la bendición.
Por lo general esperamos que se desee que la persona sea conocida por SU nombre, que sea reconocida por sus hechos, y no por el nombre del padre, del abuelo, o de la familia.
Como cuenta el conocido relato, aquel en el que rabino llama al muchacho y le dice: “Querido, ¿quién eres?”.
Y el muchacho le dice: “El hijo de Moishe”.
El maestro contesta: “No, querido niño, te pregunte quien eres tú, no quien es tu padre.”
El mozo dice: “Ah, pero soy el nieto de reb Fischel”.
Y el rabino contesta: “No está bien lo que me respondes, tampoco te pregunto quien es tu abuelo… te pregunto quien eres tú”.
Y el joven dice: “Ah, entendí… soy carnicero…”.
El sabio lo corta y le dice: “Que quién eres, no de qué trabajas”.
Y así sigue el cuento tan famoso.
Se espera que se nos conozca a nosotros, por nuestros actos, por quien somos, por lo que hemos logrado en nuestra vida, llena de buena creencia, de confianza, de actos bondadosos, de cumplimiento de preceptos. No por los méritos o la fama del padre, o del abuelo, o la familia. Tampoco por el dinero que hayamos cosechado, o los otros trofeos acumulados.
Entonces, ¿cómo entender que el patriarca hebreo Iaacov haya hecho la bendición pidiendo del Eterno que los jóvenes sean llamados por el nombre suyo y de los otros patriarcas de Israel? ¿No hubiera sido mejor, más coherente con la sagrada Tradición, que dijera algo así como “Que sean llamados por vuestros nombres, tal como lo han sido vuestros antecesores”?
Una de las respuestas posibles es la siguiente.
La educación de los hijos debe provenir de dos ramas: la escuela y el hogar.
Ambas, escuela y hogar, se complementan, se nutren, se coordinan para fortalecer y engrandecer a los niños en su identidad. En todos los planos de existencia. En todos las dimensiones que componen su ser.
Cuando una de estas patas falta o renguea, la otra no puede soportar toda la carga y puede ocurrir el descarrío, el Eterno no lo permita.
Entonces, lo que estaría diciendo el justo en su bendición se puede entender como: Si Dios quiere, ustedes crecerán pero no se apartarán del camino de sus mayores. Tendrán plenitud y éxito, sus logros y sus triunfos, alcanzarán sus metas, serán ustedes, pero en todo momento se mantendrán unidos y firmes gracias a las enseñanzas de sus maestros y de sus mayores. Habrá unidad y unificación, alabanza y perpetuación. La gente los verá a ustedes, los reconocerá a ustedes, pero no dejarán de confirmar su pertenencia a la tradición de Israel, el tener el lazo familiar con sus mayores.
Esa es una gran bendición, sin dudas. Porque le encomienda a los jóvenes a no solamente ser “yo”, sino que también encontrar la armonía interna, aquella que los conecta con su espíritu y con el Eterno a través del honrar a los padres y maestros.
Si tú ya tienes hijos e hijas, ¿estás educándolos para que sean armoniosos, benditos, llenos de dicha, saludables y que además mantengan en alto conexión interior contigo y la cadena dorada de la Tradición?
¿Te encargas de que reciban la educación indispensable?
Es una ocasión para el balance espiritual y hacer corrección en caso necesario.
Queridos amigos, shalom y bendición.
Que sean meritorios de vivir largos años y alcanzar la Era Mesiánica, pronto y en nuestros día, amén.