El viernes pasado, al caer el sol, hice mi tarea habitual: oficié como «jazán» (cantor, oficiante litúrgico) de la Comunidad Israelita del Uruguay, bajo el liderazgo espiritual del Gran Rabino del Uruguay, Rabino Shai Froindlij.
Pero, esta ocasión era especial.
Estaba de visita en nuestra comunidad el Rabino Principal Ashkenazí de Israel, Rabino Yona Metzger, del cual aprendimos importantes conceptos de Torá en esa ocasión memorable.
Se encontraba también el gran rabino Eliahu Birenbaum, líder de organizaciones sumamente activas para la difusión del judaísmo y valores espirituales a lo largo y ancho del mundo.
Participaba así mismo el rabino Mordejai Cortéz, líder espiritual de la Comunidad Israelita Sefaradí del Uruguay.
A estas destacadas personalidades espirituales se sumaba más de mil personas congregadas para recibir el Shabbat, participar del rezo, compartir un momento sagrado en compañía de familiares y amigos, acompañar a los jóvenes bachilleres del mayor colegio hebreo del país en su Kabalat Shabat de graduación.
Y allí estaba yo, al frente de la comunidad, con la enorme tarea de ser la voz que dirigía las plegarias de tan magna asamblea, quien conducía la conversación comunitaria con el Eterno.
Debía cantar y emocionar, hacer llegar mi voz a más de mil personas, en un salón inmenso, abarrotado, vibrante, expectante.
No fue tarea sencilla, pero sin dudas de altísimo honor, placer y responsabilidad.
Luego de la intensa ocasión, solitario volví caminando por la bella rambla costanera de mi ciudad, rumbo a casa, fueron más de treinta cuadras de caminata.
Allí me aguardaban mi esposa y mis hijitos. Ellos ya habían comido, pues a diferencia de otros viernes en los que que regreso más temprano, ya era bastante tarde, mucho más que la hora habitual para que los pequeños se retiren a la cama a descansar.
Pero, igualmente me esperaron, para recibirme con su cariño y alegría, para cantar juntos el Shalom Aleijem, para recibir la bendición que los padres brindan a sus hijos, para corear juntos el rezo de santificación por el Shabat antes de comer la cena festiva.
No hubo tiempo de más cantos, de compartir el pan, pues el sueño se imponía; así que acompañé a los pequeños a sus respectivas habitaciones y junto a su mamá realizamos los procedimientos diarios para culminar la jornada de manera sencilla pero plena de sentido de vida y eternidad.
Al finalizar, el besito de las buenas noches con los cariñosos saludos, entornar las puertas para dirigirme al comedor a disfrutar del momento sagrado.
Ya las velas de sobre la mesa de Shabat estaban apagadas hacía tiempo, pero el calor y la luz de esa jornada irradiaba su energía de vida.
Nice!! q’ se repita!