Yo soy tu Dios

«[Haz de saber que] Yo soy, el Eterno tu Elohim que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud»
(Shemot/Éxodo 20:2)

Esta es una presentación, no es en principio un mandamiento.
Es la primera de las diez frases que componen los mal llamados “diez mandamientos”, los que en verdad son catorce.

Para los judíos de aquel momento (6 o 7 de Siván 2448 (-1312)) podía resultar difícil reconocer que la fuerza sobrenatural que los extrajo de la esclavitud de Egipto fuera la misma que les estaba por revelar la Torá ahora, emitiendo públicamente y ante todos reunidos allí el comienzo de los Aseret haDiberot (Decálogo).
Los motivos para esa posible perplejidad son variados, te daré unos pocos ahora.

Si bien sus antiguos antepasados habían sido fieles monoteístas, ellos recién salían de una cultura politeísta en la cual estaban profundamente sumergidos. Por lo cual, cuando un evento sucedía en medios diferentes, la creencia indicaba que el causante era una deidad diferente. En el río operaba un poder, en el aire otro, en las montañas otro, y así sucesivamente con cada fenómeno de la naturaleza. Era muy difícil tomar conciencia de que un dios que abre el mar y lo cierra intempestivamente sobre el enemigo, sea el mismo que hace retumbar una montaña y el área circundante en medio del desierto.
Con esta presentación necesaria estaba enseñándoles Dios que aunque se manifieste de manera diferentes, sigue siendo el mismo Uno y Único.
Como uno es padre en casa, maestro en la escuela, alumno en la facultad, conductor en la calle, etc., pero sigue siendo la misma persona.
Algo tan simple de entender para nosotros, criados en el monoteísmo, era sumamente duro que penetrara en las mentes agobiadas por la idolatría.

Otro motivo, es que el Dios había prometido a los patriarcas la Tierra de Santidad, en ningún momento se había mencionado algo como un código de vida, o una instrucción multidimensional como es la Torá.
Tampoco en el proceso de ser extraídos de Egipto se planteó algo por el estilo. Más bien, el mensaje era claro, saldrían, se retrasarían en el desierto por temas estratégicos, para luego ingresar a la Tierra y adueñarse legalmente y pacíficamente de ella.
Pero ahora sucedía algo inesperado como es la entrega de la Torá, con sus enseñanzas y mandamientos.
Nadie lo esperaba, supongo que ni siquiera el propio Moshé.
Entonces, quizás fuera un asunto que no era del todo “legal”, algo que no les correspondía.
¿Cómo de repente les caía de arriba este código, del cual nunca se habían enterado?
Entonces, el Eterno se pronuncia con claridad que acá no hay nada extraño ni dudoso, es Él quien tiene este regalo para el pueblo judío.
El mismo Dios que los liberó y los entraría a la Tierra, era el que en el medio les daba un manual multidimensional de vida.

Lo cierto es que acá el Creador le asegura a los judíos que no hay otro más que Él, que no quepan dudas ni vacilaciones.
También les permite adueñarse un poco más de sus existencias, al hacerlos partícipes de la Torá.
Un código de ética revelado y manifestado que pone de manifiesto el código ético que está inscrito en la NESHAMÁ, nuestro espíritu, nuestro lazo inquebrantable con el Creador.

Probablemente hay cosas que no comprendes de todo lo que he explicado, está bien.
En verdad ya lo he enseñado en otras ocasiones y por ello no profundizo en cada aspecto.
También hay oportunidad para que en futuros encuentros sigamos estudiando.
Como sea, si estás en Uruguay podríamos ver de organizar clases regulares en el Centro Maimónides de la Comunidad Israelita Sefaradí del Uruguay.

Retornando al tema.
Esta frase de presentación igualmente nos presenta un mandamiento, al cual llegamos a través del conocimiento de la Torá Oral.

NO ES tener fe en Dios o en su existencia.
Repito, NO ES tener fe en Dios o en su existencia.

La fe es un concepto por completo ajeno al sistema de creencia del judaísmo y al mundo espiritual.
Eso en principio.

Pero además, los judíos no precisaban tener ninguna fe en nada.
Ellos estaban allí presentes, presenciando lo que sucedía. Escucharon “la voz” de Hashem. Vieron sus manifestaciones. Fueron rescatados de de la esclavitud. Comieron del man. Y multitud de otras cosas que no eran falsas, ni imaginación, ni cuentos, ni cuestión de creo por fe.
Era lo que todos ellos estaban experimentando y podía ser objetivamente comprobado.
Por eso el Eterno no requiere la torpeza de la fe, sino la potencia de la certeza que es conocimiento.

Para que no se diluya y pierda, está convicción ha de ser transmitida fielmente de padres a hijos.
Por ello tenemos a diario el recordatorio, reforzado en Shabat y festividades.
Es un hecho trascendente, bisagra de la existencia humana en la tierra que depende de cada judío que no se extinga.

Así pues, tenemos la certeza, NO la fe, de que Dios existe y opera en este mundo.
Sabemos esto, no precisamos de la coacción de clérigos, tampoco de conversiones masivas coercitivas, ni del terrorismo que invade naciones y almas.
Solo precisamos de estudiar, de aplicar, de transmitir con palabras pero especialmente con ejemplo de vida.

Así cumplimos el mandamiento –para judíos- de saber que Dios existe y opera en este mundo.
De esta manera también podemos llegar al servicio a Él con sinceridad, plenitud, la convicción confiada de que no estamos solos ni desamparados.
Sin el espanto de la fe, sin el abrumador peso de la falsedad llamada religión.

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