Ribbí Iojanán era una majestad en sabiduría de Torá, pero su belleza física era indescriptible.
Extremadamente hermoso por fuera y por dentro. Una combinación maravillosa y no muy frecuentemente comentada.
Al respecto, el Talmud (Berajot 5b) relata que cuando ribbí Elazar cayó gravemente enfermo y el ribbí Iojanán vino a visitarlo, el convaleciente echó a llorar con gran amargura. El ribbí Iojanán preguntó por qué estaba llorando, acaso por su pronta partida de este mundo, por no dejar riquezas a sus hijos, por no haber estudiado más Torá, pero el enfermo negó que fuera alguna de esas cosas. Su inesperada respuesta fue: «Lloro por tu belleza que se gastará en la tierra”.
El ribbí Iojanán dijo: “Vale la pena llorar” y los dos lloraron.
¿Acaso no tenía intereses más graves e importantes el moribundo sabio que llorar por la eventual pérdida de la belleza de ribbí Iojanán?
En ese trance previo a su muerte, ¿en ello ponía su atención y le provocaba tal estado de angustia?
¡No lloraba por la herencia material que dejaba a sus hijos!
¡No se lamentaba por la Torá que no pudo estudiar!
¡Ni siquiera el final de su travesía terrenal estaba incomodando tanto como la pérdida de la hermosura del bello compañero de estudio!
Es todo esto tan, pero tan, extraño.
Uno de los motivos de extrañeza es que en el mundo judío tradicional la belleza es apreciada y bien valorada, pero no es el punto central de la existencia. Por supuesto que lo estético es bienvenido y disfrutado, pero no al punto de convertirse en un factor que angustia a uno que agoniza.
Sumamente rara es esta anécdota real, y por tanto debe de contener alguna enseñanza capital que no la percibimos a simple vista.
El Maharsha escribe que una de las respuestas se encuentra en la declaración del mismo ribbí Iojanán a Tehilim/Salmos 1:1: «Soy uno de los últimos bellos de Jerusalén”.
Dando a entender que cuando la conexión visible del plano espiritual con el material, que era el Templo, estaba en funciones, entonces era evidente el valor sagrado también de lo estético.
Cuando el vínculo se ensombrece hasta el punto que parece no existir, entonces la belleza física se toma como un valor en sí misma, muchas veces en conflicto con la espiritualidad.
A la hora del exilio, cuando el cuerpo es echado de su lugar inherente, cuando el alma parece romperse, cuando no se percibe la santidad de todas las cosas, es que pareciera también que la belleza física es una cosa pasajera, hueca, vanidosa.
¡Cuando en verdad no es así!
La fortaleza física, la riqueza material, el bienestar corporal, lo estéticamente agradable, no son impedimentos para el esplendor espiritual, sino sus soportes, siempre y cuando no sean tomados como valores supremos que se oponen a la espiritualidad.
Por ello nos recuerda Maimónides que para alcanzar la profecía no bastaba con ser sabio o interesado en cuestiones esotéricas, sino que se precisaba necesariamente el bienestar económico, físico, emocional, social.
Los dos sabios de la narración lloran porque se dan cuenta de que la época de esplendor está apagándose, que las sombras vienen a aterrorizar al mundo.
El exilio de Israel era un síntoma del exilio de la humanidad.
La oscuridad del EGO se iba apoderando de todos los rincones, haciendo de cuenta que la NESHAMÁ ya no tenía cabida en esta existencia.
Por eso lloran los sabios, porque saben que la gente comenzaría a sentirse desconectada, que se inventarían filosofías que predicarían que somos cuerpo sin trascendencia, o porque se impondría la creencia de que el hombre pecó llevándose a la desconexión con la Divinidad.
Y efectivamente fue eso lo que ocurrió, esas creencias innobles tomaron posesión de la humanidad haciéndonos creer que Dios ya no está a cargo, que hay una brecha entre Él y nosotros, que solamente la fe hueca en salvadores de pacotilla puede “salvarnos” de la perdición, y tantas otras creencias fraudulentas pero que se impusieron como verdades supremas.
El exilio de Israel paulatinamente está terminando.
Ya ha comenzado la época de la redención final.
Ha amanecido la Era Mesiánica, aunque aún no estamos en su esplendor.
De a poco vuelve la belleza a Israel, la tierra, y a sus verdaderos hijos, los judíos.
Se está despertando la conciencia espiritual, tanto tiempo dormida.
Se está valorizando lo material como algo más que valiosa por sí misma.
Pero el EGO y sus esclavos no quieren perder el falso poder que vienen detentando por la fuerza y la astucia.
Siguen tratando de mantener su imperio de rencor y división, pues con ello se fortalecen.
Siguen difundiendo las creencias nefastas, pero disfrazadas de luz.
Se siguen queriendo presentar como emisarios de la Eternidad, hasta a veces haciéndose pasar por judíos mesiánicos, israelitas netzaritas, efraimitas y cosas por el estilo que no son más que corrupción que intenta velar sus creencias idolátricas, su impulso vengativo, su anhelo por corromper a los inocentes y llevarlos a las doctrinas falsas que alejan del noajismo y del judaísmo.
Sin embargo, el falso poder de la oscuridad viene siendo derrotado por las fuerzas de la LUZ.
Lentamente pero con absoluta firmeza la belleza está retornando a surgir.
Puedes ser socio de lo bello y sagrado, o cómplice de la amargura y maldición.
Eres tú quien decide y actúa en consecuencia.
Puedes seguir provocando el llanto de los sabios, y con ello tu propia amargura y angustia.
O puedes ser parte de los que construyen SHALOM, con bondad y justicia y llenan de luz la existencia.
Tú verás qué haces.
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