Mucho oro… ¿para qué?

En el comienzo de nuestra parashá (Devarim), que es una esquemática narración de Moshé acerca de los hitos del Éxodo, se menciona un lugar llamado «Di-zahab».

El eximio comentarista Rashi interpreta que el nombre de este lugar, por su etimología está vinculado a un «exceso de oro», que es aquel que los judíos adquirieron a su salida de Egipto, y luego a lo largo de las batallas que iban venciendo contra sus enemigos.
El oro obtenido en Egipto fue el usado para crear el «Becerro de Oro», que tristemente un puñado de hebreos adoraron (a instancias de sus pasiones extraviadas incentivadas por la muchedumbre maliciosa que los acompañaba en sus travesías).

Hablemos de oro, más bien, de mucho oro.
En líneas generales, podemos reconocer que hay dos modos que la persona tiene para vincularse con la riqueza que ha obtenido recientemente:

  1. El que se ve a sí mismo como un self-made-man.
    Una persona así suele tener un aire de autosuficiencia y arrogancia, y no es raro que pierda de vista la responsabilidad que conlleva la bendición que ha recibido.
    El dinero lo concibe como herramienta para su propio placer,
    un objetivo que alcanzar y desmedidamente poseer, atesorar.
    El dinero, es sinónimo de éxito, y como tal, se lo adora, añora y es una desesperación apartarse de él.
  2. Aquel que entiende que, en última instancia, todo pertenece al Eterno.
    Una persona con esta ideología, suele reconocer que la fortuna material que ha alcanzado debe ser usada para beneficiar al prójimo, ya que la riqueza no es una meta en sí misma, sino una oportunidad y un medio para esparcir el bien por el mundo.
    El dinero y el poder que se le asocia, es una herramienta, y no una prioridad vital.
    Concibe su riqueza en función de lo que es principal: la satisfacción del prójimo.

Para comprender mejor estas dos posturas ante la riqueza,
volvamos brevemente al caso del Becerro Dorado,
que nos servirá como ejemplo.
Si aquellos pocos hebreos extraviados que erigieron su ídolo de oro hubieran andado por la segunda de las sendas,
y apreciado a su oro como una oportunidad de crecer ayudando a crecer a otros,
no lo hubieran convertido en un ídolo,
en una falsa meta
y pésima apuesta,
sino que lo hubieran usado para hacer caridad,
fomentar el estudio de Torá,
proteger al desamparado,
ser vehículo de bendición.
La bendición que vuelve cuando se la ha obsequiado generosamente al prójimo, ha sido descrita por el Predicador de la siguiente manera: «Echa tu pan sobre las aguas, porque después de muchos días lo volverás a encontrar» (Kohelet / Predicador 11:1).

En nuestros días,
no faltan los que siguen levantando Becerros de Oro,
becerros que pueden ser reconocidos como:

carreras profesionales vistas como una oportunidad egoísta,
adicción a religiones apartadas del Eterno,
amor por el dinero y las posesiones,
afán de dominio y poder,
inmersión en relaciones enfermizas,
esclavitud a alguna ocupación laboral,
pretensiones de reconocimiento y adquisición de placeres,
etc.

Y en nuestros días,
también se tiene la chance de usar el oro que nos ha tocado
para obras trascendentes:

carreras profesionales para promover al prójimo,
amor por el Eterno y Sus mandamientos,
generosidad y compasión,
solidaridad y comprensión,
responsabilidad para con el prójimo y sí mismo,
ocuparse por complacer las necesidades materiales apropiadas,
satisfacer al prójimo sinceramente,
compartir y gozar cuando el otro goza,
dinero para caridad y para apoyo a instituciones de estudio y difusión de Torá,
etc.

En sus manos tiene usted el sentido de su vida,
¿cuál elegirá?
¿El que da vida, o el que le debe a la vida?

¡Les deseo Shabbat Shalom UMevoraj!

Moré Yehuda Ribco

 

Relatos, anécdotas y enseñanzas

He aquí un relato verídico, del que daremos una versión personal, pues permanece en nuestra memoria:

El maestro fue a pedir caridad del hombre más rico de la comarca, famoso por su inconmensurable avaricia y miseria.
Tocó a su añeja y destartalada puerta, y el millonario con aspecto de pordiosero en un ladrido le preguntó que era lo que el rabino buscaba.
Y el rabino, con modesta firmeza, dijo que venía a pedir caridad para sostén de los pobres de la comunidad.
El avaro millonario escupió algunas palabrotas, pero al ver el rostro firme y sereno del maestro, con pesadez y dolor metió la mano en su bolsillo, y tiró un par de monedas de poco valor en manos del maestro.
En lugar de echarle las monedas a la cara y darle maldiciones por su dureza de corazón (como hubiera sido esperable que hiciera), el rabino con rostro agradable le agradeció de corazón por su bondad, y se mantuvo parado firme junto a la puerta del avaro.
El insolente millonario no podía creer lo que pasaba, y pidió al maestro que aguardara un momento. Trajo de dentro de su casa un par de monedas de mayor valor y se las brindó al maestro.
Nuevamente el rabino agradeció calurosamente, bendijo por su generosidad, y se mantuvo firme al lado de la puerta.
Y aquí, contra toda lógica, el avaro hombre trajo su chequera y extendió un jugoso cheque para los pobres.
El rabino, como las veces anteriores, agradeció felizmente, y elogió el buen corazón del ricachón; pero, se dio vuelta y marchó a sus ocupaciones… dejando a un hombre rico por primera vez con el sentimiento de ser rico espiritualmente…

Preguntas y datos para meditar y profundizar:

  • ¿Cómo se puede relacionar este relato con el comentario que brindamos de la parashá?
  • ¿Por qué el método del rabino dio un resultado tan inesperado y excelente?
  • La bienaventuranza
    El sabio e inspirado autor nos enseñó: «El que guarda la Torá es bienaventurado» (Mishlei / Proverbios 29:18).

    • ¿Qué significa «guardar» la Torá?
    • ¿Cómo explicar que hay personas malvadas (ajenas a la Torá) que parecen exitosas? ¿Acaso «éxito» y «bienaventuranza» son la misma cosa?
    • ¿Conoce usted alguna persona que sea cumplidora cabal de la Torá? ¿En qué es dichosa tal persona?
  • Tus pecados son perdonados…
    En el inspirado libro de los proverbios de Salomón, se nos ilumina con la siguiente verdad: «Con misericordia y verdad se expía la falta, y con el temor del Eterno uno se aparta del mal.» (Mishlei / Proverbios 16:6).

    • ¿Acaso es imprescindible el sacrificio sangriento para obtener la expiación de parte del Eterno?
    • ¿Por qué es el «temor al Eterno» lo que aparta a la persona del mal? ¿Acaso el «amor a Él» no lo aparta?
    • ¿Es capaz usted de recordar alguna oportunidad en la cual haya usted obrado estrictamente de acuerdo a «misericordia y verdad»?
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