«Después hablarás a los Hijos de Israel, diciendo: ‘Cuando una persona maldiga a su Elohim, cargará con su pecado.
El que blasfeme el nombre del Eterno morirá irremisiblemente. Toda la congregación lo apedreará. Sea extranjero o natural, morirá el que blasfeme el Nombre.»
(Vaikrá / Levítico 24:15-16)
No es “jilul H’» sino “jilul ha Shem”; porque no hay manera de profanar al Eterno (H’, o I-H-V-H) pero sí a Su Nombre (ha Shem).
De manera similar acontece con la santificación, o “kidush ha Shem”; porque tampoco es pasible de ser modificado Su Ser con nuestras acciones/palabras/pensamientos/sentimientos.
Nada Le sumamos, como tampoco Le restamos.
¿Cómo profanamos Su Nombre?
Maldiciéndole, obviamente.
Asociándole con ídolos, tal como ocurre cuando se lo integra en “trinidades”, por ejemplo.
Burlándonos de las cuestiones santas.
Usando Su Nombre en asuntos aborrecibles.
Actuando públicamente en contra de Sus mandatos, provocando que otros se desvíen.
Haciéndonos pasar por leales representantes de Su Palabra, pero llevar una conducta indigna.
Al contrario es como santificamos Su Nombre.