En esta parashá nos encontramos por primera vez con Abram, él es Abraham nuestro padre; el gran filósofo; el líder espiritual y social; el que se posicionaba frente a las ideologías con su presencia destacada: el que sabía desprenderse de personas, lugares y cosas; aquel que podemos llamar fundador de la nación hebrea.
La Torá escrita no nos dice quién es Abraham y por qué Dios se le revela, aunque la Torá oral abunda en detalles y llena las lagunas que pudieran quedar.
Como suele ocurrir, la faceta escrita de la Torá es como la parte visible del témpano de hielo, que puede parecer enorme y descomunal; pero realmente empequeñece si nos animamos a mirar bajo la línea de visión, pues en la profundidad descubrimos la magnitud inmensa que es parte inequívoca del témpano.
Decenas, sino centenas, de relatos y observaciones nos trae la Torá oral, pero en sí, la parte escrita es breve, no dedica más que dos parshiot a este impresionante personaje.
En el mismo comienzo de la parashá leemos:
“Y el Eterno dijo a Abram: Ve, sal de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo mostraré.»
Es con este mandato de Dios a Abraham que nos encontramos por primera vez con él.
Este perfecto desconocido para el lector desprevenido de la Torá, recibe de improviso la orden de levantarse y comenzar de nuevo.
Debe ser valiente para atreverse a embarcar en un viaje a una tierra desconocida, porque la voz que resonaba en su mente no le había dicho cuál era su destino.
Abram debía estar dispuesto a dejar todo para seguir el imperativo de esa voz que tronaba en su mente, pero era inaudible para el oído.
La voz que le decía que se fuera y dejara todo, para afincarse en un lugar misterioso, que nosotros sabemos se llamaba en aquel entonces como tierra de Canaán, aunque en verdad era la tierra de Eber, su antiguo antepasado, del cual provienen precisamente los hebreos.
Eber había partido de esa tierra con la esperanza de volver pronto, pero las inclemencias de la historia lo llevaron a afincarse en tierras extrañas, a procrear allí, a armar su familia y descendencia en este nuevo lugar de residencia, al que él no consideraba hogar, sino refugio temporal. Eber murió, con el anhelo de retornar a su tierra, agradecido con la nueva tierra, que sin embargo no era su patria. De a poco algunos de sus descendientes fueron olvidando su lugar de origen, su intención de retornar allí. Pero hubo alguno que se mantuvo leal a esa esperanza, uno de ellos fue Teraj, padre de Abram.
Cuando las circunstancias lo permitieron, o lo motivaron, partió Teraj con su familia hacia la tierra de los anhelos, pero nuevas vicisitudes le impidieron continuar su camino.
Hasta que, de la nada, la voz instruyó a Abram a continuar el legado familiar.
Esta historia se repitió a lo largo de los siglos, en varias ocasiones, con diferentes personajes. Pero todos ellos descendientes de Eber y de Abram, los hebreos y más tarde judíos que fueron esparcidos por el mundo pero no perdieron su cariño por la tierra de Israel, por Sión.
Sin embargo, volvamos a Abram, aquel que cree en un solo Dios, cuando casi por completo la humanidad Lo había olvidado.
No fue el primer monoteísta, porque sin dudas que Adam y Javá lo eran, Shet lo fue, Noaj, Shem, Eber, entre otros.
Por eso, no es correcto proclamar a Abram como el padre del monoteísmo, su inventor, ya que no corresponde con la historia ni con el relato del Tanaj.
Lo cierto es que Abram reencuentra a Dios, pero antes pasó por un período de dudas, de conflictos, de quebrar su Sistema de Creencias, de ser agnóstico, hasta que finalmente Dios se revela con ese pedido, esa exhortación de dejar todo su mundo y trasladarse hacia la nueva/vieja tierra.
Dios promete su bendición a Abraham y sus descendientes.
Le dice que hará de su familia una gran nación y de ninguna manera habla de «religión», ni nada que se la parezca.
Todo el tiempo es acerca de una gran familia que traerá bendición a quien la bendiga, y que estará vinculada a determinada tierra.
Pero no se menciona religión, ni creencias, ni rituales, no cosas por el estilo.
Luego la parashá continúa con Abram, que se caracteriza por sus muchos vagabundeos en el camino hacia y dentro de la Tierra de Israel. Durante la hambruna en la Tierra de Israel, Abraham y su familia emigraron a Egipto. Allí tiene lugar un «incidente diplomático» entre Abraham y el faraón, rey de Egipto, debido a la belleza de Sara. Abraham no es el único que viaja a menudo, Lot (su sobrino) también se aleja de la familia y se vuelve hacia Sodoma. La decisión de mudarse a Sodoma se toma después de que los pastores de Abraham se pelean con los pastores de Lot. Abraham mediando para que haya paz, ofrece a que sea Lot quien escoja el lugar que prefiere para afuncarse, y Lot elige Sodoma, pues en aquella época era un zona maravillosamente rica, abundante en prados, muy fértil y buena para la crianza del ganado.
Así que se separaron, pero siguieron siendo buenos amigos.
La parashá también habla de una guerra de los cuatro reyes contra otros cinco reyes. Durante la guerra, Lot cae cautivo y Abraham se propone liberarlo. Después de la guerra, Dios hace un pacto con Abrahamel famoso «brit bein habetarim», y promete la tierra de Israel a la simiente de Abraham, el pueblo de Israel.
Más adelante nos cuenta la parashá que Sarai, como se llamaba Sará, nuestra madre, la esposa de Abram, no puede dar a luz. Ella sugiere que la esclava Agar esté con Abraham y dé a luz un hijo en su lugar. Agar queda embarazada y la menosprecia por no poder concebir. Sará se reclama a Abram quien le dice: ¡esta es tu sierva! Tiene derecho a decidir cómo la trata. Sará trata a Agar con dureza y Agar huye de casa, entonces, un enviado de Dios se le apareció, le indicó que regresara a su casa y le aseguró que su hijo, Ismael, también tendría muchos descendientes. Agar regresa a casa y da a luz a Ismael, el hijo mayor de Abraham.
Al final de la parashá, Dios se revela a Abraham y junto con promesas adicionales sobre la multiplicidad de sus descendientes y la herencia de la Tierra de Israel, Dios cambia los nombres de Abram y Sarai a Abraham y Sará y ordena la circuncisión. El mismo Abraham a la edad de 99 se la realiza, así como también a su hijo Ismael, de 13 años.
Concluye la parashá con la promesa de Dios, de que Abraham y Sará tendrán al hijo tan anhelado: Isaac.
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